SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 19 de diciembre de 2010

NAVIDAD FORMATEADA


Entré en unos grandes almacenes a comprar tarjetas navideñas. Había más de cien clases diferentes. Pero ninguna tenía lo que buscaba: algún dibujo bonito o una fotografía original de un misterio navideño, ya fuese de cuadro antiguo, de códice medieval, un diseño infantil o una creación étnica. Nada. La Sagrada Familia, el misterio de Belén, el Niño Jesús, no aparecían por ninguna parte. Eso, sí: muchas tarjetas con el árbol de Navidad lleno de regalos (quizá como mensaje subliminal invitando a comprarlos allí mismo) y bastantes papás noeles, con o sin ciervos, como icono único. Los arcos luminosos de las calles (todos de diseño, por supuesto) se han moderado mucho porque la corporación municipal no está para "belenes" (nunca mejor dicho), ya que se halla al borde de la quiebra como consecuencia de un despilfarro vertiginoso. Aún recuerdo un gigantesco abeto de hace pocos años, que costó un "congo", para pasmo y admiración de los viandantes. La Navidad ha dejado de ser cristiana para convertirse en la feria del regalo, el maratón de la comida y la bebida, la vorágine de la discoteca. Desde primeros de diciembre hemos cerrado las puertas del corazón a los itinerantes José y María, que buscaban donde guarecerse una noche porque ella estaba a punto de dar a luz, ya que tenemos la casa llena de invitados y de paquetes de regalos. No nos queda un rincón libre y la agenda la tenemos repleta de comidas de empresa y de cenas de amigos. Hemos disfrazado la Navidad porque no nos gustaba como era.
La Navidad no está ya ni en nuestra mesa ni en nuestra casa ni en nuestro corazón. Está en las filas del paro, en los hospitales, en las residencias de ancianos, en los comedores de indigentes, en las cárceles, en las pateras. Cada uno de los menesterosos, de esos "invisibles" que no vemos, es Jesús. Y la mejor tarjeta navideña podría ser la fotocopia de un permiso de residencia denegado o caducado, la carta de un despido laboral, el diagnóstico clínico de una enfermedad incurable, la sentencia de un juez, el menú de un comedor de CARITAS. Por eso este año yo no os deseo una Navidad feliz, sino una Navidad renovada en un corazón formateado. Y eso, sí: con las figuras de Jesús, María y el Niño, temblando de frío en su humilde portalico.

domingo, 7 de noviembre de 2010

DESDE MI VENTANA


Ahora fumo en la terraza. Así evito que los humos entren en el cuarto donde vivo, trabajo y duermo. También, con este pequeño rito, logro disminuir el número de marlboros que incinero cada día. Esta tarde el panorama desde la terraza es muy despejado. Los campos de deporte donde se entrena un número indeterminado de chavales en diferentes modalidades (fútbol, baloncesto, balonmano...), jaleados por voces y silbatos de entrenadores, quedan delimitados por árboles formando un marco vegetal, a modo de espectadores mudos del bullicio. Hojas verdes, marrones, ocres, tostadas, beiges... forman preciosos abanicos abiertos, prolongados en árboles más allá por calles y avenidas. Bajo el azul limpísimo de este norte madrileño, acacias, castaños de Indias, chopos, algún olmo perdido, bloques anaranjados de ladrillo visto por este sol otoñal, precisarían el pincel de un Antonio López para darle justeza y poesía. Por la avenida de la Ilustación circulan miles de hormigas motorizadas en forma de automóviles en rápido y perfecto orden lineal, que pasan bajo las dos inmesas series de arcos metálicos, como esqueletos de diplodocus ahí abandonados. Al fondo, cuatro nuevas y altísimas torres, las más altas de Madrid, brillan su gris acerado como gladiadores vigilantes. De aquí a poco comenzarán a iluminarse las ventanas de los bloques, los epilépticos tubos de neón de las tiendas. Entrada la noche, emerge del fondo de la vaguada la mole de un centro comercial, como enorme submarino, con sus dos torretas y sus numerosas velas blancas iluminadas, recordándonos que somos marineros en tierra, encallados y, a veces, también encanallados. Debajo de mi terraza se alzan altos, oscuros, imponentes, casi llegando al saledizo, cuatro abetos que unen sus ramas, como fantasmas en siniestra sardana. Siguen iluminándose ventanas a lo lejos. Cada una alumbrará una o varias historias. Quizá en alguna terraza, otro fumador cavila. Te saludo, desconocido, con unos aros de humo blanquecino.

domingo, 31 de octubre de 2010

VEINTE AÑOS NO ES NADA


Volver, al cabo de veinte años al punto de partida, en este caso al barrio donde uno vivió durante otros dieciséis, acarrea numerosas sensaciones: el reencuentro con amigos, compañeros, vecinos, locales, tiendas, paisaje urbano… pero, también, la constatación de aquello que escribió Machado en un verso: “el tiempo lame, y roe, y pule, y muerde”. Y es que el tiempo nos muestra, de sopetón, a no pocos antiguos alumnos del Colegio Valdeluz o a parroquianos de Santa María de la Esperanza, que uno dejó saliendo de la adolescencia y ahora se los encuentra convertidos en maduros papás de otros jóvenes, también estudiantes en el mismo centro o asistentes a los oficios religiosos del templo.
Esencialmente, no ha cambiado mucho el barrio (farmacias, bares, peluquerías, centros educativos, bancos…), aunque se echan en falta algunas tiendas, que han sido sustituidas por otras, y poder aparcar cómodamente en Fermín Caballero ya parece una postal de la nostalgia. Sin embargo, ciertas novedades apuntan al progreso: un centro de salud, más jardines o mejor cuidados en urbanizaciones, más y mejores instalaciones en el Colegio Valdeluz, un aumento en líneas y servicios de autobuses urbanos, un centro de día para mayores, más árboles en la avenida de la Ilustración, sin ninguna librería pero sí un teatro colindante… aunque lo más importante es el elemento personal, si con ello señalamos a los habitantes. Han ido marchando a “la otra orilla” abuelos, padres, hermanos de conocidos. O simplemente viven y se cambiaron de barrio al casarse. Y otros más jóvenes, en menor número, vienen ocupando su puesto, especialmente en forma bulliciosa de noches de fin de semana. La puerta del metro de Herrera Oria, justo al lado de la entrada parroquial, sigue siendo un punto de reunión, aunque luego, más tarde, a altas horas de la noche, en competencia con sirenas de ambulancias, se escuchen voces y gritos, viernes y sábados, de los “cofrades” de algún botellón cercano. Efectivamente, hay menos niños, como resultado de una política (en mayúsculas y minúsculas) que no favorece el aumento de familia. VALDELUZ ha aumentado sus posibilidades educativas y parroquiales (además de su volumen edificado) y es, según constato, una “marca” dentro y fuera del barrio. Cuando uno escuchaba lejos del barrio o de la ciudad o de España ese nombre, no podía menos que sentir una enorme satisfacción.
J. B. Priestley escribió aquella memorable obra teatral Time and the Conways (El tiempo y los Conways), más conocida en España con el título de La herida del tiempo, donde hacía el juego malabar de que el segundo acto sucediera veinte años después que el primero. Y el tercer acto retomaba la acción tal como había quedado al final de la primera parte. Con ello, el espectador veía el futuro que les esperaba a los personajes, mucho antes de que ellos mismos siquiera lo adivinaran. Yo no tuve esa sensación a mi regreso. El tiempo, en el barrio, ha evolucionado en espiral ascendente, no como un tornado, sino como viento suave y pentecostal que purifica y trasciende hacia una meta altísima.

lunes, 9 de agosto de 2010

ADIÓS, MUCHACHOS


Así comenzaba un antiguo y conocido tango que Carlos Gardel popularizó en su día. Así se titulaba el último texto que escribí en el anuario del Colegio Valdeluz, antes de tomar mis maletas camino del Colegio Mayor Elías Ahúja. Ahora, veinte años después (nadie podía imaginar entonces ni tan prolongado período ni el billete de vuelta al mismo espacio), titulo igual esta despedida.
Muchos de aquellos jóvenes universitarios que encontré en mi nuevo destino o que admití en los primeros años, ya están suficientemente instalados, casados, prolongados en sus nuevos hijos, incluso alguno, también, suficientemente divorciado. Si calculo en una media de 50 nuevos admitidos cada curso, resulta que he conocido a más de mil. Una experiencia versátil y gratificante en la mayoría de los casos.
Cuando pasa el tiempo y uno ve que sus fuerzas y energías menguan, que la distancia de edad se abre entre las nuevas promociones y uno mismo, que el trabajo se puede convertir en una rutina; que los antiguos deseos de crear, leer, estudiar, investigar, viajar, se estrellan con la dura realidad de encontrarse prácticamente solo en la proa del barco, prácticamente atado a un mástil de la nave, como Ulises, sin que el barco avance hacia ninguna Ítaca; cuando uno ve que no llegan los elementos humanos ni las ayudas para realizar con cierto decoro la tarea directiva, o si llegan resultan ineficaces, lo más honesto es pedir “que paren, que me apeo”. Sin mimbres, no se puede confeccionar un cesto. Todo lo más, una simple trencilla. Y pudo hacerse no una cesta pero sí un sombrero carioca gracias a todos vosotros: empleados y jóvenes, que, como costaleros de Semana Santa, no sólo acompañábais llevando el “paso”, sino haciéndolo “bailar” con estilo, talante y talento. Para ellos, mi brindis con lo que más me gusta: un vino dulce de Pedro Ximénez.
Y a todos vosotros, “adiós, muchachos”. Vivid en plenitud esa etapa maravillosa de ser colegiales, de la cual he sido testigo entre bastidores. O sea, universitarios y ciudadanos en una capital que guarda tesoros de toda índole. Y seguid queriéndoos como os he visto quereros, pero sin fanatismos ni exclusiones. Llegar a ser mejores que otros no consiste en agitar bandera alguna (ni tan siquiera color naranja) ni debe ser un grito de guerra contra nadie desde dentro, sino que se comenta desde fuera. Por eso, los verdaderos “ahújos” somos muy valorados en el campus y fuera del campus: en toda España. Y, por ello, ahora que estoy más allá de la verja, más allá del barrio, más allá del protocolo, puedo escribirlo muy orgulloso: los ahújos sois los mejores. ¡Viva el Colegio Mayor Elías Ahúja! Un abrazo en cada casillero de recepción.

jueves, 29 de abril de 2010

NOCHE MÁGICA


La Fiesta de Clausura de Curso en un Colegio Mayor suele ser el momento más solemne del año académico porque en su acto protocolario se imponen las becas, esas bandas en forma de uve sobre el pecho que cuelgan por la espalda desde los hombros. También se entregan distintivos simbólicos a quienes terminan sus carreras, o se premia a quienes han destacado por su participación en la vida colegial o han ganado diferentes concursos. Es el día de recibir y agasajar a los padres de quienes nos confiaron hace años a sus hijos para que les acompañáramos en su devenir universitario lejos de casa. El 24 de abril vivimos una noche mágica en el Colegio Mayor Elías Ahúja. La víspera, un grupo de universitarios terminó de preparar todo en el escenario, el teatro, el Colegio, para que resultara impecable la organización, el protocolo, el ritmo y el tiempo. Hace cuatro años decidimos cambiar la “pesada” conferencia por un breve espectáculo que resultara adecuado por su elegancia y originalidad. Para este año se eligió un poema escrito en 1939, en Cuba, por José López Rubio. Se titula Son triste, y cuenta en estilo entre popular y surrealista el suicidio de una muchacha negra que decide quemarse “a lo bonzo” porque nadie la miraba. Es una elegía no exenta de humor, escepticismo y humanidad profundos. Poema carioca con ritmo de salsa, lleno de ternura. Para interpretarlo, asumió la dirección nada menos que Juan Carlos Pérez de la Fuente, quien seleccionó a 14 jóvenes universitarios, absolutamente inexpertos en teatro y en recitación. Tras muchas horas de ensayo, logró que el conjunto pudiera armonizar voces, movimientos, gestos en una exhibición dramatizada a juego con un vestuario, unas luces y una escenografía muy originales y eficaces. Entraban en fila desde el patio de butacas, se comenzaba con la canción “El manisero”, se seguía en el escenario jugando con los papeles del texto. Unas veces era diálogo de solista con coro. Otras, todos conjuntados en sus cuerpos o musitando a boca cerrada una canción. Daba gusto ver a esos muchachos haciendo gestos de picardía, con cierto aire canalla pero siempre dentro de gran elegancia y ritmo. Los expertos en teatro (entre ellos el Director General del INAEM, el famoso figurinista Javier Artiñano, el autor Pedro Víllora, actores, profesores…), los propios padres de los muchachos, los mismos compañeros, no podían explicarse esa perfecta mecánica sin ningún apuntador o batuta. La juventud no es sólo la que se embriaga sin ton ni son. Cuando los jóvenes encuentran una brújula, una orientación, son capaces de sorprendernos leyendo o interpretando cosas que nosotros mismos, con larga experiencia, difícilmente haríamos. Fue una noche mágica e irrepetible. El teatro es así: comienza y acaba. Ninguna función (en este caso era la única función) es idéntica a la del día anterior. El teatro nace y muere cada vez que se interpreta. Como una ola del mar, nace, se eleva, y rompe en la playa.

viernes, 2 de abril de 2010

MI GENTE (VI): BLANCA SENDINO



Se me ocurre que quienes trabajan en un escenario, en un estudio de cine o de televisión, representando obras o series, poseen una personalidad piramidal. En la base está la PERSONA, en el centro, el ACTOR, en la cima, el PERSONAJE. Esas tres capas se interrelacionan, se nutren, y a veces, se vampirizan. El personaje de Calígula, por ejemplo, termina con cada función, pero se nutre de las técnicas del actor, quien, tras bajarse el telón o apagarse la cámara, va a su camerino, se desviste y desmaquilla del papel, para volver a ser Fulanito Pérez. Y queda la persona, que aporta su físico, su carácter, a los dos anteriores. Pero la condición de actor, en ocasiones, fagocita a la persona. Y es entonces cuando aparece el “divismo” del actor: creer que es el ombligo del mundo, porque el público, la crítica, los seguidores, quizá se lo han hecho creer así. Naturalmente, existe el caso del personaje que, de un modo glotón, se come al actor y a la persona. Entonces tiene que aparecer el psiquiatra. Fulanito Pérez cree que es Napoleón.
Conocí en persona, muy tardíamente, a Blanca Sendino, con ocasión de los ensayos de El amor es un potro desbocado (1994), la comedia escrita en colaboración por los dos Luises: el español Escobar y el argentino Saslavsky. Pero mis primeras imágenes de su figura eran aquellas películas en blanco y negro de mi infancia, cuando intepretaba criaditas o mujeres de pueblo o ciudad, en papeles secundarios que bordaba. Mi padre la apreciaba mucho y la nombraba “Blanquita Sendino” (cuando la traté en persona, la llamaba así en recuerdo de mi padre y ella se reía mucho). La pude ver en muchas obras emitidas por TVE en el inolvidable espacio “Estudio 1”, también en varias series. Era una mujer redondita de cara, de tipo, de sonrisa, de gesto, de carácter. Blanca Sendino era de una educación y de una amabilidad extraordinarias. Desde que nos conocimos, nunca me faltó su felicitación navideña, primero escrita y, después, telefónica. Cuando se supo que padecía cáncer, Juan Carlos Pérez de la Fuente, Rosario Calleja y yo fuimos una noche a cenar a su casa, en un chalet cercano al Retiro madrileño, donde vivía con su marido, el también actor Eduardo Moreno-Figueroa solos y rodeados de recuerdos. Pasamos una velada estupenda y la hicimos feliz, que era de lo que se trataba. Desgraciadamente, ya no he vuelto a visitarla, aunque tampoco ella olvidó llamarme y dejarme un mensaje en la pasada Navidad, tres meses antes de su muerte.
Blanca Sendino era una estupenda actriz con un largo historial, cuyos hitos quiero recordar: comenzó en el TEU, estrenando Tres sombreros de copa (1952), función de la que conservaba todos los recuerdos. En 1955 protagonizó La Celestina, que le valió el Premio Internacional de Teatro en Eirlangen (Alemania) y, como decía antes, era asidua en los repartos de “Estudio 1”. La pudimos ver en películas como Marcelino pan y vino o La residencia o como ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Teatro Clásico de Almagro (1974). Trabajó con los más grandes: Lola Membrives, Luis Prendes, Isabel Garcés, Manuel Dicenta, Mari Carmen Prendes, Berta Riaza, María Fernanda D’Ocón, Fernando Delgado, Juanjo Menéndez, José Isbert, Concha Velasco, Fernando Guillén, etc. Yo prefiero recordarla en los días de ensayo de El amor es un potro desbocado, repartiendo cariño y ánimo a sus compañeros: Silvia Marsó, Andoni Ferreño, Víctor Valverde, Ana maría Barbany y Mari Carmen Hurtado, la amiga fiel que venía frecuentemente desde Barcelona a acompañarla. Blanca Sendino, “Blanquita”, era pura sonrisa y bondad. Por eso mismo, una “diva” del teatro español, de una edad cercana a ella, la noche reciente en que le entregaban el enésimo premio por interpretarse a sí misma, cuando le dijeron que había fallecido ese mismo día Blanca Sendino, preguntó: “¿Perdón, quién es Blanca Sendino?”. Las dos son dos caras de la misma moneda: Blanca siguió siendo persona y la “diva” se ha convertido en su propio personaje.

sábado, 20 de marzo de 2010

MI GENTE (V): JUAN CARLOS


Cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente supo que Su Majestad el Rey le había concedido la Medalla de Oro de las Bellas Artes, por su trayectoria profesional, primeramente se quedaría patidifuso. Eso de que a alguien lo premien por hacer lo que más le gusta en la vida sería, para él, algo insólito. Después, pensaría en sus padres, en la patrona de su pueblo La Virgen de la Fuentesanta, en sus profesores del internado de los escolapios, en sus colaboradores y amigos… en todos, menos en sí mismo. Y luego se echaría a llorar. Juan Carlos llora fácil pero sentidamente. No es una lágrima fingida, ni una “furtiva lacrima”, sino un derrame acuoso de su corazón tan sencillo como honesto.
Conocí a Juan Carlos allá por los primeros años noventa, en las circunstancias más adversas como para entablar amistad. El autor Eduardo Galán, amigo común, me invitaba al estreno de un espectáculo sobre el poema La leyenda de Alvargonzález, de Antonio Machado, en el Centro Cultural de Las Rozas. Ni el texto machadiano me entusiasma ni tenía yo ganas de conocer a ningún joven valor de la dirección escénica. Pero el trabajo de voz que vi en aquellos actores, un primoroso bordado sobre el texto, me convenció de que Pérez de la Fuente no era solamente un joven valor, sino un artista singular con un futuro solvente como director de escena. "Llegará lejos, me dije, si le dan ocasión en este campo de minas y nido de víboras que es el teatro en nuestro país". Aquella misma noche comenzó una amistad en la que yo pongo mucha admiración hacia su talento, mucha confianza en su valor como ser humano.
Tenía veinte años cuando fundó su primera compañía teatral en el pueblo. Su vida profesional (internado en el Colegio calasancio de Madrid, compañero de Emilio Butragueño) comenzaba en las oficinas del Banco de España, pero no iba a quedarse quieto en las cuatro paredes de una oficina. “Me presenté en el despacho de Mariano Rubio- me cuenta Juan Carlos entre sorbos de café-, que entonces era Subgobernador del Banco de España, a decirle que estaban destinando muchísimas partidas a deporte, pero que éramos 3.000 empleados y yo sabía que había gente que le gustaba el teatro, pero que no dedicaban ninguna partida. Se quedó muy sorprendido y me dijo: "Bueno, pero es que hacer teatro es algo muy especial. Necesita usted un teatro. Hay que alquilarlo y no hay dinero para tanto". Y me volvió a dar esa cifra que parece que me persigue siempre de 300.000 pts. Alquilé el teatro del Colegio Calasancio e hicimos la primera obra, Una noche de primavera sin sueño, de Jardiel. Las mañanas eran maravillosas en el Banco porque conseguíamos que en oficinas como el archivo histórico o los servicios jurídicos del banco, todo el mundo de alguna manera rompiera un poco lo tedioso de sus trabajos para todos participar del hecho teatral y seguíamos jugando.”
Le he seguido la pista por todos sus ensayos y estrenos. Lo he visto quedarse a dormir en una sala de ensayos inhóspita (la sala Jorge Juan, de Madrid, propiedad del Centro Dramático Nacional), rodeado de trastos y con la sola compañía de una rata. Lo he visto angustiado durante las funciones de El abanico de lady Windermere, porque sobre las cabezas de los actores colgaba más de una tonelada: dos decorados, uno de ellos con suelo. Lo he visto arrastrado pintando un decorado (La viuda es sueño, de Tono) porque el presupuesto se agotó, barriendo una sala o repintando un escenario deteriorado. No se le caen los anillos que no lleva. Lo he acompañado en procesiones de Semana Santa y visitas a los monumentos de las iglesias madrileñas de Jueves Santo. Su fe no es una “pose” (como en otros puede ser el agnosticismo), sino una vivencia interior, una inquietud a veces unamuniana, sin certezas, una valoración del “otro” como ser semejante. Lo he visto hablando con las figuras más grandes y populares del teatro en despachos y escenarios: Antonio Buero Vallejo, Francisco Nieva, Fernando Arrabal, Lauro Olmo, Antonio Gala, Amparo Rivelles, Alberto Closas, María Jesús Valdés, Ana Diosdado, Concha Velasco, José Sacristán, Rosy de Palma, Xabier Elorriaga, Chete Lera, Calixto Bieito, Fernando Cayo, y una lista tan larga como el número de jóvenes universitarios que acuden a él en cursos sobre teatro impartidos en el Colegio Mayor Elías Ahúja o con electricistas y técnicos de diferentes coliseos de España, dejando en todos un recuerdo amistoso de sencillez y profesionalidad. Lo he visto extasiado contemplar las procesiones madrileñas del Viernes Santo, los interiores conventuales del Real Monasterio del Escorial en una noche de luna, le he ayudado a pasear el perrito que le regaló Ana Diosdado, sumirse en reflexión en una iglesia anónima, pasar y repasar catálogos de telas hasta elegir la adecuada para un fondo escénico, discutir con los mejores iluminadores (el pobre Josep Solbes, tempranamente fallecido), escenógrafos (Alfonso Barajas, Oscar Tusquets, Xavier Mascaró, Ana Garay), diseñadores (Javier Artiñano). Sin embargo, no se entendería el trabajo de nuestro artista sin su pie, ojo, oído y mano derechos que es Rosario Calleja, quien fue Directora adjunta en el CDN, y ahora es su Jefe de producción y su ángel tutelar.
Desde que lo conozco jamás ha tomado vacaciones, ni siquiera un “puente”. Como mucho, un día libre para ir a Talamanca a visitar a sus padres o a buscar la maqueta con la que se licenció en la Real Escuela de Arte Dramático para regalarla al Colegio Mayor Elías Ahúja. Ha pasado más de una noche en blanco y más de un día de turbio en turbio, sin dormir, preparando funciones, elaborando repartos, pintarrajeando bocetos, viajando en autobuses, trenes o aviones, para asistir a un estreno o una conferencia. Porque uno de sus defectos es que no sabe decir que no, ni siquiera cuando sabe que se están aprovechando de él. El verbo literario se hace carne teatral en sus manos. “El teatro nace cuando la letra se desprende del texto y se hace carne”, ha dicho más de una vez.
En 1996 fue nombrado Director del Centro Dramático Nacional (Teatros María Guerrero y Sala Olimpia, de Madrid), tras una etapa turbulenta de despilfarro en el equipo anterior, con la consigna de la austeridad económica dada desde el Ministerio de Educación y Cultura, pero también siguiendo la divisa que siempre ha seguido Juan Carlos: presencia del autor español en sus montajes, respeto al texto, respeto al actor, respeto al público en montajes que no derrochan pero no escatiman medios. Emprendió una reforma absoluta del Teatro María Guerrero (prácticamente minado de termitas) y una reconstrucción del Teatro Olimpia peleando cada euro del presupuesto, para hacer un conjunto que ha sido inaugurado por el equipo directivo sucesor, muy ufano de engalanarse con flores ajenas. La gestión de Juan Carlos al frente del Centro Dramático Nacional dio preferencia a los autores españoles, y ningún escritor, ningún actor, fue marginado o no invitado por razón de sus creencias ideológicas ni su militancia en partidos políticos. Por eso, cuando leí cierto capítulo de las supuestas memorias de Pilar Bardem, sentí vergüenza ajena de adónde puede llevar el fanatismo militante y el propio interés disfrazado de ideología. Porque cuando uno publica memorias, olvida que los demás también tenemos recuerdos. La lista de autores llevados al María Guerrero resulta sorpendente: un Francisco Nieva al que la izquierda tenía arrinconado, un Max Aub al que seguramente ni conocían, un Buero Vallejo del que ni se acordaban, embarcados en montajes fastuosos de escritores amigos o extranjeros. Y, desde luego, el que más autores españoles vivos y jóvenes ha llevado a la escena.
Son muchos los momentos de triunfo artístico que he presenciado en la trayectoria de Juan Carlos y que han quedado grabados en mi retina: de El abanico de lady Windermere, su impecable interpretación “a la inglesa” y su aparatosa escenografía. Ese montaje, en Londres, hubiera sido todo un acontecimiento. De Pelo de tormenta, su arriesgada puesta en escena (con ella abría su etapa al frente del CDN), convirtiendo todo el Teatro María Guerrero en corrala, plaza mayor, coso taurino, desfile procesional para representar esa reópera de Paco Nieva (ni el propio autor podía imaginar un montaje de ese calibre), con el arte plástico de José Hernández y 400 focos derramando 500.000 watios de luz. A la salida del ensayo general, dos noches antes del estreno, el Subdirector General me dijo ya en la calle: “Juan Carlos es, sencillamente, un genio”. Tampoco olvidaré jamás el San Juan, de Max Aub, convertido todo el escenario en un barco a la deriva hacia el patio de butacas, con su naufragio final. O la venganza en rojos de La visita de la vieja dama, con una María Jesús Valdés esplendorosa, la misma actriz, nuevamente dirigida por él, que mereció y obtuvo los premios Max de Teatro y Mayte con ese monólogo de Fernando Arrabal, Carta de amor (como un suplicio chino). Precisamente esta gran dama del teatro había regresado a los escenarios, ya viuda, en los primeros años noventa, de la mano de Juan Carlos. De Arrabal, un autor tan incómodo para muchos en España como aplaudido en toda Europa, representó Pérez de la Fuente El cementerio de automóviles, un Cristo actual que el destino quiso se estrenara en el local de una antigua iglesia, de La Abadía. Una noche que jamás olvidaré fue la del estreno de La Fundación, de Antonio Buero Vallejo (para mí, la mejor obra del autor), en el María Guerrero, con la asistencia de Sus Majestades los Reyes, y todo el teatro en pie aplaudiendo al maestro Buero, de la mano de Juan Carlos. O la recuperación de Historia de una escalera, del mismo autor, un texto emblemático que tantos habrían leído sin verlo nunca representado. “En esa obra coral, ¿el verdadero protagonista es la escalera”, le pregunté a Juan Carlos mientras se fumaba un Camel en la puerta del Colegio Mayor Elías Ahúja: “Sí, así es. La escalera es, para mí, el personaje casi más importante de la obra. Es muy coral. Los personajes son vitales; sobre todo, porque hacen un friso humano donde nos sentimos reconocidos o nos reconocemos. Pero pasa el tiempo, la escalera sigue ahí, inmutable, envejeciendo con ellos, símbolo del “tic-tac”, símbolo de la inmovilidad de estos personajes. Mucho se escribió sobre este texto y sobre el montaje, lo que te puedo decir es que hablamos de un clásico, una obra que tiene 57 años, que, paradójicamente, se conoce más por la lectura que por el hecho escénico. Es una obra donde se recupera la memoria. Es muy importante que el teatro tenga esta faceta. Los españoles, a veces, decidimos vivir de espaldas a nuestra memoria y considero que no es bueno. A nuestros jóvenes les tenemos que decir que la conozcan, que la reconozcan porque de ahí venimos, que en estos 18 personajes está su pasado, pero también su futuro, porque la obra, al final, de lo que habla es de nuestro comportamiento, de las veces que tropezamos en los escalones de nuestras vidas y la gran pregunta que lanzamos es si será posible cambiar un poco ese destino y que esos jóvenes logren romper la escalera y vivir felizmente y en plenitud. Es una tragedia esperanzada, como fue todo el teatro de Buero”.
Ya como empresa privada, puso empeño en no regatear medios para sus montajes, tanto en los elencos como en decorados, atrezzo, etc. El mágico prodigioso, de Calderón de la Barca, obra tan compleja que muchos directores españoles han evitado representarla (aunque sí lo ha sido reiteradamente en Alemania) sorprendió como espectáculo, tan antiguo y tan moderno a la vez. A muchos les descubrió la riqueza teatral de un Calderón de la Barca tan heterodoxamente sutil nada menos que en un “auto del Corpus”. Un periodista le preguntó de forma displicente a Juan Carlos en una rueda de prensa en Almería: “¿Y por qué una obra sobre Dios? A lo que el director le respondió: “¿Y por qué no?”. Por ese espectáculo, figuró con este título, como finalista del premio Valle-Inclán. Los ensayos de dicha obra los simultaneó con otro montaje: ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, de Alfonso Sastre, que resultó un éxito inesperado para mí mismo y que Chete Lera ganó los aplausos de todos con su interpretación de Allan Poe. Presencié el entusiasmo de Sastre la noche del estreno. El león en invierno, la famosa comedia que todos hemos visto en cine, y a pesar del costoso montaje y de algunos premios recibidos, no corrió la misma suerte en las giras por España. El teatro tiene eso incierto de riesgo y aventura.
Luego vino La vida es sueño, también de Calderón, que preparó concienzudamente durante meses estudiando toda la obra del autor. Realizó un montaje escénico aplaudido por toda España, en Milán, en Berlín, pero que fue vetado para el Festival de Almagro por esas pequeñas miserias de la política (luego el tiempo se ha vengado de ese director miserable del festival). Fernando Cayo interpretó el mejor Segismundo que he visto en mi vida.
Esta dirección artística hubo de simultanearla con un montaje encargado por la Comunidad de Madrid para conmemorar el centenario del 2 de mayo. Y Juan Carlos encargó a Jerónimo López Mozo la adaptación de Episodios de Galdós, con el nombre de Puerta del Sol, una obra colosal de elenco y medios, que la misma Comunidad sólo programó 15 días en el Teatro Albéniz de Madrid, ante el escándalo de crítica y público. Tantos medios para tan pocos días.
Y, hasta ahora, Pérez de la Fuente ha dirigido Angelina o el honor de un brigadier, de Jardiel Poncela, un acercamiento respetuoso pero innovador a la interpretación de las comedias de aquel gran humorista.
Se ha escrito, y con razón, que Juan Carlos Pérez de la Fuente dota sus montajes de un sentido de ceremonia, de celebración casi litúrgica, más aún, de concelebración participativa de técnicos y público con los actores. Vuelvo al principio, a los primeros años noventa. Estoy subiendo las escaleras del Centro Cultural de Las Rozas, mientras Eduardo Galán me dice que voy a conocer la obra de un joven director de escena que llegará lejos. El interior del edificio hasta el propio teatro tiene el suelo cubierto de tomillo y romero. Y por todas partes, encendidos, cirios y velas, hasta el escenario. Este chico llegará lejos, dije entonces y sigo diciendo. Si Dios quiere.

viernes, 15 de enero de 2010

NUEVOS TESTIMONIOS SOBRE NOVATADAS

Está visto que mi reflexión sobre el tema ha hecho reflexionar, también, a más de uno. Y me llega otra opinión de quien las padeció, las ejecutó y lo que piensa ahora que ya no es colegial, una vez que suprimo nombres de personas mencionadas:"... acabo de ver la última entrada de tu blog y me he quedado blanco; en serio que tengo un hormigueo en el estómago.
Y es que se me han venido a la cabeza los momentos vividos y, reflexionando, uno se da cuenta de que si se pasa de rosca, puede ser responsable de este tipo de casos; casos que son desgracias, porque una pastilla diaria, 365 días al año... Es una enfermedad. Atónito, atónito.
Yo novateaba y fui novateado (vamos, que lo sabes de sobra) y, ¿sabes lo que me tocaba las narices? Los "pequeños nazis" (salvando las distancias, que no me quiero exceder), los veteranos que se te vienen a la mente cuando ves La lista de Schindler, los que chillan a un centímetro de la cara del novato y hacen que éste se sienta como el de la entrada de tu blog, y siendo tú veterano como él, te apetecería darle una bofetada y decirle que dejara de amenazar y de transmitir sus problemas personales. Que sea un poco más feliz y que se sepa divertirse y divertir al novato.

¿Y sabes lo que admiraba? La elegancia y el saber estar de algunos en las novatadas. No te gustará que hable de "modelo" en esto pero si lo hubieses visto en directo hasta te habría parecido bien. Siempre me decía a mí mismo que a la hora de novatear quería parecerme a ellos...

No sé. Era una forma distinta de novatear. Divertida y elegante."
Un amigo mío, sacerdote, religioso y un excelente Director, se suma a los mensajes y comenta el comentario anterior de esta forma:
"Vuelvo a leer los textos que publicas en un tu blog. El último habla de las novatadas “elegantes y divertidas”. Seguro que las hay. El problema es que en el submundo no hay leyes y triunfa la ley del más fuerte. El problema es que el veterano “bueno” que ve a otro veterano abusar del novato rarísimamente se atreverá a decirle algo. En ese mundo todos, veteranos incluidos, tienen miedo a la muerte social, a ser excluidos y marginados, a llevarse mal con el chulo de turno o con el liderillo del año. Luego, siempre está otra cuestión: ¿quién determina que la novatada “elegante” es tal? En mi opinión esa valoración la debería hacer el novato, que en la mayor parte de las ocasiones no tiene la madurez suficiente para decir lo que de verdad piensa. Él también está necesitado de un grupo, de pertenecer a él, de integrarse, y no puede ir contra lo que el mismísimo Bart Simpson llamaría la “ley del patio de recreo”. Ese mundo no conoce el poder moderador de la autoridad sino la ley del más fuerte. Y a mí, con el Evangelio en la mano, quizá por aquello de ser creyente, siempre me ha parecido que la autoridad debe ponerse del lado del más débil y protegerlo para que pueda ser realmente uno más. Por eso, no creo en las novatadas “elegantes y divertidas” donde siempre son los mismos los que se ríen y los mismos los que les toca hacer el ridículo."
Tengo que buscar un escrito magnífico que redactó el año pasado sobre este asunto, qúe él sufre en carne propia-

jueves, 14 de enero de 2010

NOVATADAS (cont.)

A raíz del texto anterior, me llegaron comentarios de amigos y conocidos sobre sus experiencias (mayoritariamente negativas). Para quienes aún defienden la supuesta ayuda de las novatadas en "integrar", olvidándose de las diferentes sensibilidades que cada cual tiene derecho a tener, reproduzco el fragmento de un correo donde un antiguo universitario se expresa así:
"De vez en cuando voy leyendo tu blog, como tu última reflexión, muy acertada, sobre las novatadas, que comparto totalmente. Como anécdota te contaré que a raiz de esos tiempos de novatadas en el (suprimo por vergüenza el nombre del Colegio Mayor), de la tensión de tener que pasar toda la noche con la puerta sin la cerradura echada, en una habitación doble, presa fácil de los veteranos, me empezó una epilepsia que todavía tengo, aunque de una forma muy leve, pero tengo que estar tomando una pastilla diaria de por vida desde entonces. Nada del otro mundo, pero estoy convencido de que el desencadenante de esa enfermedad fueron las novatadas."
Y era un chico normal y corriente, que fue un buen colegial. Sin comentario.

jueves, 7 de enero de 2010

NOVATADAS




Recientemente hemos visto en la prensa el caso de un soldado, de origen ecuatoriano, perteneciente al ejército español, que ingresó en la Legión en octubre de 2006 y en abril del 2008 hubo de darse de baja psicológica a consecuencia de las novatadas y la presión de sus compañeros y mandos del cuartel de la Legión de Viator (Almería). Nada decía la noticia sobre el castigo que se infligió a esos energúmenos indignos del uniforme. Claro que, viendo el trato que se daba a los presos de Guantánamo por parte de los soldaditos y soldaditas americanos, no se puede uno sorprender de esos arrebatos de hombres y mujeres de “pelo en pecho”, que confunden valor castrense con testosterona y sadismo, trufados con sus propias frustraciones y complejos.
El Diccionario de la Real Academia define novatada como “vejamen y molestias que, en algunas colectividades, los antiguos hacen a los recién llegados”. Mucho me temo que los sujetos activos y pasivos de dichos episodios no usen demasiado el enciclopédico volumen de la RAE, pero además, les importaría un pimiento la definición de un acto que es, de por sí, indefinible, incontrolable e impune. Las supuestas bromas, molestias, vejámenes, ritos que se exigen a los novatos en escuelas, colegios, cuarteles, internados, universidades y colegios mayores, han ido evolucionando con el tiempo y, hasta la fecha, sólo han disminuido gracias a la persecución de las mismas. Ha disminuido el número, no la intensidad. Pero se ha disparado la resonancia. Los medios de comunicación, por ejemplo, sólo se ocupan de los Colegios Mayores (olvidando su tarea educativa, sus numerosas y exitosas actividades deportivas y artísticas) para ocuparse de ellos cuando llega octubre. La realidad es que pocas o muchas, estamos lejos de que las novatadas desaparezcan.
La novatada carece de normas objetivas y promulgadas (el sentido común no es nada de eso) y no está regulada por ninguna autoridad o reglamento. El único eslabón que une a las novatadas de cada año con el anterior es el de la tradición oral, que últimamente no se viene respetando, dada la prepotencia y agresividad de las últimas generaciones de “veteranos” de segundo año ante la inexistencia de suficientes veteranos mayores que los controlen. El clima de la novatada es la clandestinidad y la mordaza. Su ámbito, el de la colaboración activa o la complicidad pasiva del conjunto de veteranos más maduros. Son poquísimos de éstos los que toman la iniciativa de condenar y perseguir a sus propios compañeros. Como se ve, todo compone un marco de imposible control y difícil evaluación.
La sociedad también ha cambiado en estos últimos años en España. Se ha vuelto más sensible, como sucede con el mal trato a las mujeres. Y el rol de padres protectores de sus hijos, posiblemente únicos y mimados (rol nada infrecuente), sumado a la lejanía física de sus vástagos pero con la “presencia” casi constante a través del teléfono móvil, crea una línea de angustia, desvelo y preocupación evidente. Una línea o varias líneas de red invisible, claro, de ida y vuelta. Resumiendo mucho, el esquema funciona así: veterano amenaza a nuevo con que si denuncia algo jamás será integrado en la “comunidad”. “Novato” cuenta a sus padres mediante el móvil lo que le hacen (a veces también lo que no le hacen) aumentando o disminuyendo la realidad, según proceda, pero exigiendo a sus padres que no digan nada a la legítima autoridad rectora. Los padres, inmediatamente, se ponen en contacto con esa autoridad y cuentan (a veces con su propia salsa), lo que el hijo les dice y hasta lo que no les dice, pero exigiendo que no actúe para que su hijo no sufra venganzas. Y la Dirección o autoridad se ve con las manos atadas, jugando a la “gallina ciega”, en medio de un corro de padres, hijos, instituciones, pretendiendo agarrar fantasmas, sin conseguir la mayor parte de las veces más que indicios y frustración. Como mucho, una información que apenas puede usar o hacer pública, al menos inmediatamente.
Varias circunstancias nuevas vienen a complicar la situación: las novatadas ya se realizan fuera de la institución, en el marco de botellones vespertinos o nocturnos, donde el alcohol corre sin problema, un alcohol al que los jóvenes (menores y mayores de edad, veteranos y nuevos, pero muchos escasamente adultos) muestran una inquietante afición progresiva cada año. Mucho más de la que bastantes padres se imaginan, que creen que sus hijos beben únicamente refrescos o cerveza de vez en cuando. La violencia que nuestros jóvenes contemplan desde niños en la realidad, en el deporte, en la televisión, en el cine, en las calles, en los patios de los colegios, cuando no en sus propias familias, a veces suma un ingrediente de perversidad no siempre aparente o bienintencionada. La presencia de chicas (que antes podía servir de contención), no sirve de nada desde que ellas han decidido igualarse a los chicos en lo más bajo: alcohol, vocabulario, agresividad.
Es relativamente cierto que una novatada puede integrar. Todo depende de la sensibilidad de quien la hace y de quien la recibe sin coacciones. Y cuando se trata de dos jóvenes que acaban de conocerse, es un “riesgo” pretender que lo que uno llama broma, el otro lo reciba como tal. ¿Cómo se puede llamar “broma” si el “novato” no está “invitado” sino “obligado” a realizarla? ¿Por qué un veterano anda vigilante cuando tiene un hermano recién llegado para que se las hagan pero sin “pasarse”? ¿Qué es “pasarse”, término que nadie sabe delimitar? Una vez más, son el sentido común, la educación y el respeto al otro, las únicas brújulas orientadoras. Pero también es verdad, y tal vez más real aún, que para integrar a una persona en un colectivo, el mejor modo es darle un buen ejemplo de conducta. El problema es que quienes más y más duras novatadas realizan son los menos ejemplares y los menos interesados en la pretendida integración. Para muchos de ellos, los “novatos” son, ni más ni menos, que “ositos de peluche” con los que “jugar” y divertirse unos días. No para reírse juntos, sino para reírse de ellos. Otra circunstancia que aclara la falsedad de la supuesta integración del nuevo colegial es que muchas veces participan ex-colegiales y, por tanto, no son miembros del Colegio Mayor.
La novatada no es otra cosa que un resto de ritos tribales de iniciación, con sus “jefecillos”, sus corifeos, sus cánticos, sus ornamentos-disfraces, etc. O sea, un esperpento de la autoridad, de cuando la autoridad, históricamente, era absoluta. En una sociedad democrática, basada en los derechos humanos, la novatada no sólo está fuera de lugar sino que es un delito llamado "maltrato". Si nuestros muchachos no están educados en el respeto al otro, las únicas formas serán la persecución, la sanción, y la paciencia. Y si es necesario, la denuncia ante las autoridades. A lo mejor algunos de nuestros jóvenes precisan pasar por algún tribunal, una condena y/o alguna(s) noche(s) de calabozo para saber lo que es ser novato en una prisión y sentir en carne propia cómo reciben allí. Pero no una cárcel con jacuzzi, sino una cárcel como en las películas americanas.

domingo, 3 de enero de 2010

LAS TARJETAS DE CARLOS


Carlos me envía cada año su felicitación navideña con unos textos tan entrañables que, de haberlos guardado, podría editar un volumen con sus palabras. Y siento una envidia enorme de cómo escribe: sencillo, lleno de profundidad y con estilo tan ágil que vuelan las letras desde Vitoria a Madrid. Por qué una persona así deja de escribir y publicar relatos? Se lo preguntaré algún día. Pero como me corroe la envidia (la envidia, como el cáncer, nunca es sana), voy a reproducir aquí su texto navideño:

"Este año en mi Belén hay la mitad de pastores que el año pasado porque han perdido su empleo. El ángel ha sobornado a los soldados de Herodes para que le dejen pasar a palacio (tal vez para convencer al Rey de que le adjudique la mensajería aérea de la corte, a cambio de sustanciosas comisiones. Los Magos de Oriente van de vacío. Y, encima, no he podido espolvorear harina porque ya no nieva en Palestina por el cambio climático.

A pesar de todo, ahí permanece la Sagrada Familia. Resistiendo todas las tormentas del momento".

Verdad que es todo un relato? Verdad que es una metáfora? Verdad que él es, también, un ángel? Da gusto tener amigos así. Que el Niño Jesús, antes de que crezca, lo crucifiquen y lo destierren de los espacios públicos, lo bendiga.