SEÑOR ALCALDE PRESIDENTE Y
CONCEJALES DEL MUY ILUSTRE AYUNTAMIENTO, QUERIDOS PAISANOS:
Recibí sorprendido la
invitación a pronunciar este pregón pues no estoy acostumbrado a que las
instituciones de mi pueblo se acuerden de mí. Pero no es un reproche a nadie.
Mis contadas presencias en estas calles
se vieron condicionadas durante los últimos años por obligaciones familiares y,
por otro lado, mi timidez ha evitado que diera publicidad a mis actividades
profesionales y literarias. Pero estoy muy agradecido al cariño que me
demuestran mis paisanos y orgulloso de haber nacido junto a la cuna de Santo
Tomás y la tumba de Quevedo, dos figuras que, por diferentes motivos, han
trazado mi trayectoria personal y profesional. Quizás habría sido divertido
lanzar el pregón a la manera antigua: con una trompetilla y un tambor, de
esquina en esquina, voceando: “De parteeee, del señor alcaldeee, se hace
sabeeeerrr….” Superada la sorpresa inicial, desfilaron por mi memoria multitud
de imágenes, como si fuesen fotos en blanco y negro de Pinel. Fui un niño afortunado en punto a ferias. Los
días 24, 25 y 26 de agosto mi familia disfrutaba la de Alhambra y, como allí la
casa de mi abuela materna estaba en la plaza del pueblo, participábamos en
todos los eventos desde la primera fila. El día 27 nos veníamos a Infantes,
porque entonces la feria de aquí se celebraba los días 28, 29 y 30. Las novenas
y fiestas de nuestros patrones alternaban con las fiestas de los Desposorios de
la Virgen del Espino en Membrilla, donde vivía mi abuela paterna, y allí nos
desplazábamos a veces. Fui afortunado, repito, porque mi padre estaba al frente
de la central y comarca eléctrica y los feriantes y atracciones le regalaban
vales para subir gratis en toda suerte de columpios, caballitos, coches
eléctricos y demás. Para el local cubierto y la terraza de verano del cine San
Miguel no precisaba vales pues Fermín Cámara, el dueño, era íntimo amigo de la
familia y tenía acceso gratis al cine durante todo el año. Seguramente, de
aquellas películas en blanco y negro o en technicolor y de aquellas funciones
de variedades, nació mi interés por el cine y por el teatro. Raquel Lucas, conocida bailarina de origen infanteño, actuó siendo yo muy niño. Mi padre me presentó a ella. Años después, yo escribí un cuento que fue adaptado a guión por Radio Nacional. Ella lo escuchó y logró localizarme por teléfono pues sintió que, aún cambiado el nombre, describía el incidente que sufrió por parte de un párroco.
O sea, que agosto y septiembre era un no parar de festejos gratuitos.
O sea, que agosto y septiembre era un no parar de festejos gratuitos.
Mi padre no era partidario
de que pasáramos el tiempo con tanta juerga (sobre todo si había malas notas
por medio), así que nos colocaba clases de dibujo con don Cipriano (frente a
nuestra casa de entonces) o con Don Rafael Solera para mejorar lectura y
escritura, un personaje entrañable éste, al que describí en un cuento años más
tarde.
Las primeras imágenes que
recuerdo de la feria de Infantes están vinculadas al pasacalles matinal de
gigantes y cabezudos moviéndose al ritmo de la banda municipal de música y a
una atracción de bicicletas eléctricas giratorias y unas sillas voladoras,
ubicadas frente a lo que hoy es la alhóndiga. También a los puestos de
chucherías (turrones, horchatas, almendras garrapiñadas, pasteles, churros…) en
la plaza y en la calle Mayor. Comprarse algo en las tiendas de esta calle era
un rito elemental del “feriarse” o premiarse. Aunque mis golosinas preferidas
(fuese feria o no) siempre fueron los polos de Los Gabinos, las pastas y
mazapanes de la confitería LA PROVIDENCIA (cuando aún estaba en la calle
Quevedo) y las horchatas de Los Valencianos. También era costumbre ir a “la
cuerda”, allá por el “pilancón”, donde tenía lugar la feria de ganado.
Caballos, mulas y asnos que una vez al año, en el mes de mayo, desfilaban
engalanados con carrozas en la procesión de San Isidro. La progresiva
sustitución de animales por tractores habrá eliminado, supongo, ese mercado
animal. Con los años, el real de la feria se trasladó a la Fuente Vieja, vecina
de mi casa de entonces, cambio que supuso una ampliación de atracciones: el
trenillo, con la bruja escondida en el túnel dando escobazos entre nichos de
esqueletos (años después viví una experiencia parecida en el desierto
tunecino), la noria y los columpios (donde te podías pasar un largo rato en las
alturas sin poder bajar y acompañado de la niña que te gustaba), las rifas en
las tómbolas, el tiro al blanco y, por supuesto, los coches de choque, furor de
jóvenes y no tan jóvenes. Como mi casa se encontraba entre el cine de verano y
la propia feria, teníamos ambiente ruidoso casi veinticuatro horas.
Muchos recordaréis que,
también en el verano, se celebraba el “Día de la Provincia”, con un desfile de
carrozas en Ciudad-Real. Y recuerdo a las chicas más guapas de nuestra localidad,
subidas en decorados rodantes que diseñaba aquel hombre de exquisito gusto (y a
quien el pueblo debe en gran parte su conservación), que fue D. Vicente López
Carricajo.
La trepidante actividad de
este servidor de ustedes en las ferias se recortó notablemente en la medida en
que mis suspensos de bachillerato aumentaron. No sólo en matemáticas, sino en
Historia y Literatura. Así que dejé de acudir a tantas diversiones y los
feriantes en camiseta fueron sustituidos por D. Manuel García dándome clases particulares
de Matemáticas, con el magro provecho del aprobado en septiembre, pues siempre
he sido una calamidad con los números. Y dentro de casa, mis hermanas Primi y
Mari Carmen, que me descubrieron los comentarios de texto y los análisis
sintácticos, mejor que ningún libro de texto. Todavía soy capaz de recitar los
títulos de novelas ejemplares de Cervantes de memoria. Naturalmente, mi padre
era de un tiempo en que se nos exigía seriedad y compromiso en los estudios,
estando siempre de acuerdo con los profesores. Más de una vez me amenazó con
ponerme de aprendiz con los albañiles y más de una feria me perdí sin salir a
la calle, teniendo que estudiar las obras de Tirso de Molina mientras escuchaba
en mi habitación las músicas y danzas de la feria o del cine San Miguel. Bien
es verdad, que me vengaba escondiendo debajo de los libros y apuntes, novelas
de Agatha Christie, de Lajos Zilahy, de Knut Hamsum casi todas las novelas de
Pearl S. Buck o de Salgari, sin ir más lejos. Porque si no encontraba a un autor
en mi casa, tenía acceso libre a la Biblioteca Municipal, cuyo bibliotecario,
Virgilio Cano, me permitía leer con absoluta libertad, revistas de cine y de
letras, incluso novelas subidas de tono para mi edad. Nunca le estaré
suficientemente agradecido a Virgilio y a la biblioteca el haberme formado o
deformado en la lectura, sin remisión. Claro que, para ser justos, debo nombrar
a quien más me animó a escribir desde mi más tierna infancia: a Pedro Fernández
Pacheco, escribiente en la central eléctrica, que para nosotros era uno más de
la familia. Supe de su muerte por teléfono estando yo en Rabat y bajé llorando
toda la avenida Mohamed V. Gracias a él casi terminé mi primera novela: El asesinato de Emma Tressilian, que se
quedó sin final porque yo no era capaz de cerrar aquella maraña de sospechosos y
de coartadas para un solo crimen.
Con mi ingreso en la Orden
de San Agustín, dentro de los graníticos muros del Real Monasterio de El
Escorial, mis viajes a Infantes se interrumpieron. No del todo, porque tuve la
suerte de vivir los vientos renovados del Concilio Vaticano II, cuando mis
profesores agustinos nos hacían leer libros de autores protestantes y del
mismísimo Lutero, nuestro hermano de congregación (porque no sé si sabréis que
los agustinos tenemos una justa fama de rebeldes y aventureros que nos ha
causado más de un problema con algún Papa reciente). Los frailes comenzamos a
tener vacaciones anuales y permisos temporales para visitar a la familia. Pude
descubrir que la feria se había trasladado al “Paseo”, con más abundancia, si
cabe, de diversiones, comenzando por el baile popular, tenderetes variados, las
incombustibles ancianitas vendedoras de exquisitas berenjenas, el circo con sus
magias, payasos, acróbatas y animales, rodeando todo ese tumulto al sufrido y
sufriente Cristo de Jamila. Me gustaba visitar este animado espacio que, en los
últimos años hacía acompañando a mi madre ya viuda, con mi hermana Primi,
dándonos ocasión de saludar a tantos paisanos amigos. Porque es de justicia
reconocer que mi madre, aunque nacida en Antequera (donde su padre era maestro)
y criada en Alhambra, era la más fiel admiradora de nuestro pueblo y de su
feria. Más “infanteña” que nadie de la familia, incluido mi padre.
Ser agustino nacido en
Villanueva de los Infantes es no pasar desapercibido en la Orden, al menos en
mis círculos próximos. Muchos de mis compañeros más mayores que yo vinieron al
pueblo en 1955 para la celebración del cuarto centenario de la muerte de
nuestro patrón, una fiesta que apenas recuerdo pero que ellos han conservado
como un tesoro, pues siendo seminaristas sin vacaciones entonces, pasaron una
semana de maravilla en el pueblo y todavía ponderan la acogida que tuvieron,
especialmente en las comilonas. El obispo de Tuy, José López Ortiz, agustino
escurialense, predicó y celebró misa con el prelado de la diócesis. Ya muy
mayor él también me comentaba lo bien que se le recibió en el pueblo y recordaba
perfectamente la casa de Doña Rosario Melgarejo. Naturalmente, hay quienes
gustan de tomarme el pelo diciendo que el santo limosnero nació en Fuenllana, a
lo cual yo respondo con sabias palabras de mi antiguo profesor de Latín, Don
Rogelio Sánchez.
Cuando yo era niño, escuché
el legendario episodio en el que una mendiga, con un niño en brazos, pidió a cierto
agricultor local que le diera algo para alimentarse. Junto a ellos había un
gran montón de trigo y otro de cebada. El hombre no les dio nada y la mujer
convirtió los dos montones de grano en cerros de tierra. Esa mujer, según la
leyenda, era la Virgen de la Antigua en forma de mujer necesitada. Lo que no es
leyenda sino historia es que fray Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, a
la hora de morir ya había dado todo a los pobres. A un mendigo que acudió a
pedir algo cuando ya estaba muy mal le dijo que esperara a su muerte para que
le diesen la cama. Santo Tomás está unido a la Virgen por la inmensa cantidad
de homilías que escribió, pero también por la palabra limosna. María y Tomás se
nos aparecen identificados a los indigentes. Para los infanteños, estos dos
patrones tan vinculados a los menos favorecidos no puede ser solamente una
estampa piadosa, un cortejo procesional hermosísimo y emocionante, sino un
compromiso social y religioso, que en estos tiempos de crisis nos debe impulsar
a ser más solidarios si cabe. Y por eso, me permito enviar un abrazo lleno de
cariño y de esperanza a los ancianos y religiosas de la residencia (donde hice
mi Primera Comunión), lanzando al aire la idea de que la calle donde se ubica
el edificio u otra debería dedicarse a las Hijas de la Caridad por la doble y
constante labor llevada a cabo en nuestro pueblo. Y quiero enviar desde aquí otro
abrazo muy cariñoso a los enfermos, a los ancianos, a los sin trabajo, a los infanteños
que estén pasando un mal momento de sus vidas.
A todos los que habéis
tenido la paciencia de escucharme os invito a cuidar de nuestro pueblo. El
turismo acude si las casas, las calles, los establecimientos, etc. están
limpios y conservados dignamente. Hace muchos años propuse que si Almagro tenía
un festival de teatro clásico y La Solana su festival de zarzuela, Infantes posee
sobrados escenarios (interiores y exteriores) para celebrar cualquier evento
musical, teatral, artístico, incluso calculando las fechas para beneficiarse de
los otros. A veces he imaginado la representación de un auto sacramental en el
pórtico de la parroquia. O conciertos de orquestas o de bandas municipales en
nuestra bellísima plaza. Infantes no debe ser sólo un museo de tiempos pasados,
sino un espacio abierto al futuro. Y el futuro pasa por cuidar el presente.
Infantes posee un espíritu festivo extraordinario. Basta mirar el número y
calidad de sus fiestas, especialmente las gastronómicas. Y para eso se necesita
creatividad y colaboración de todos. Los ojos de los forasteros ven cosas y
detalles que nosotros, tal vez acostumbrados por la rutina, hemos asumido con
normalidad y parsimonia. Con las redes sociales, todo lo bueno y lo malo se ve
en los cuatro puntos cardinales. Gracias a una de estas redes yo sigo de cerca
todo lo que se cuece por aquí y he entrado en contacto con personas muy preparadas,
que quieren y desean conservar nuestro pueblo, leo páginas web y blogs
interesantísimos, me informo (muchas veces con sana envidia por no poder
asistir) de festejos o de iniciativas. Y por si acaso alguien nos está grabando
para colgar luego un video o unas fotos en la red, que no me extrañaría nada, pongamos
nuestra mejor sonrisa, como si Foto Pastor nos fuera a retratar, y digamos todos
juntos: ¡Viva Infantes!
querido Magíster, viejoven profesor: emocionante tu pregón. A estas bajuras de la vida de uno, en solitario cuando no debería tocar, no son ya las ficciones lo que me emociona sino la existencia real de las personas, esos recuerdos que el tamiz del tiempo criba salvaguardando unos y dejando fluir otros al olvido con caprichosos motivos que, sin embargo, su razón tendrán. Descubrir esas razones cuando nuestros años han transcurrido largos y densos puede que sea el único interés de vivir. En fin, pasaré por alto enterarme ahora de que suspendías incluso literatura, aunque eso en verdad te hace más grande aún a mis ojos de alumno hace 40 años cuando hacía yo lo que podía por no suspender todo lo demás, interesado entonces ya sólo por las letras. Como bien sabes tú fuiste mi Pedro Fernández Pacheco, la primera persona a la que mostré mis versos primeros y que me animó a esta desmesura en la que aún habito, la de las palabras; y fuiste también mi Virgilio Cano, pasándome un verano una lista de libros –casi un Índice prohibido- de esos que no se podían leer en clase y que cambió el rumbo de mi existencia. Gracias por compartir tu pregón. Hacedor de errores como he sido, prestigian pocas cosas mi pasado, pero sin duda el haber tenido la inmerecida fortuna de coincidir en la vida contigo redime todas las tristezas. Un abrazo de bandoneón, jaime
ResponderEliminarPrecioso pregón, enhorabuena, sólo quiero contactar con usted, por un tema literario. Mi correo es nievesalmagro@yahoo.es
ResponderEliminarUn saludo, Nieves Fernandez
es un pregón espléndido, y una suerte poder leerlo aquí en Karavansar. La pena es que no haya más publicaciones últimamente. Todos salimos perdiendo
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