Unas cajas de cartón dan el
contraste al espacio del siglo XVI de la capilla alcalaína de San Ildefonso. Un
saxofón ofrece el contrapunto a las voces infantiles de la Escolanía del Real
Monasterio del Escorial. Unos versos de comedias del Siglo de Oro suplementan
ese maravilloso y único soliloquio de las Confesiones
de San Agustín. En el imponente sepulcro vacío del cardenal Cisneros, las figuras
en mármol de los cuatro grandes doctores de la Iglesia: San Gregorio, San
Ambrosio, San Jerónimo y San Agustín. Y un actor grande como Ramón Barea,
acerca e interpreta a un Agustín humano en el monólogo bordado con mimo por
Juan Carlos Pérez de la Fuente. El poeta Luis Alberto de Cuenca ha hilvanado todo
ese quehacer literario en una versión magnífica, incrustándola con textos de la
Eneida, de Virgilio, y de comedias
que firmaron Lope de Vega (El divino
africano) y Calderón de la Barca (No
hay instante sin milagro).
La puesta en
escena es eficaz, en el sencillo laberinto de esas cajas de embalar, en cuyas
paredes están pegados los folios de la confesión agustiniana. El actor los va
arrancando, leyéndolos lleno de fuerza y de emoción. Suenan las palabras del santo de manera natural,
conversando consigo mismo porque el primer lector de las Confesiones sería el propio Agustín. Cuando Ramón Barea toma en sus
labios los versos clásicos, el tono es otro, declamatorio y actoral. La
iluminación también cambia según el instante. La búsqueda de la verdad, de la
belleza, de lo absoluto de aquel hombre perdido, que dio bandazos carnales e
intelectuales hasta encontrarla en Dios, suena en este espectáculo original y
único. Un hombre en crisis (el Agustín del siglo IV) para un tiempo en crisis
vivido por seres humanos (los de ahora), desorientados entre tantos espejismos
que ofrece nuestro mundo. Se ha estrenado esta singular obra en el marco del
festival de Alcalá de Henares y va a recorrer otros festivales y escenarios
españoles. Esperemos que TARDE TE AMÉ.
LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN recale pronto en Madrid allá para el otoño. La
Orden de San Agustín en España tiene ahora la oportunidad de servir como cauce
de esta representación, cooperando de varios modos a que los españoles (y si
fuera posible los iberoamericanos) contemplen y se acerquen a San Agustín,
despojado del hieratismo y la lejanía de las estatuas. Un Agustín de carne y
hueso. Como nosotros.
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