Agustín de Rojas tuvo una vida
muy similar a la de Cervantes, con participaciones bélicas, episodios sórdidos
y dedicación literaria, especialmente como autor y actor de teatro. En su libro
Viaje entretenido (1603), ya enumeró
las diferentes clases de compañías teatrales existentes: desde el bululú (un solo actor) hasta la compañía (un número mucho mayor). La formada
por dos actores es nombrada ñaque. Y
la tarde del 24 de abril me planté a ver un ñaque
en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, titulado Quijote. Femenino plural. Se trata de un texto elaborado por Ainhoa
Amestoy, interpretado por ella misma y Lidia Navarro, dirigidas por Pedro
Víllora. Sanchica, hija de Sancho Panza, obedece las órdenes de su madre para
seguir al patriarca de la familia, quien se ha ido de casa acompañando al señor
Alonso Quijano. Van en busca de la señora Dulcinea pero Teresa teme las
posibles infidelidades, sin retorno al hogar, de su apacible marido. Las dos
actrices interpretan a dos juglaresas de Lavapiés, ambas coincidentes en el
nombre de María, quienes declaman, gesticulan, saltan, cantan, danzan y sacan
muñecas de un baúl, en un vertiginoso ritmo actoral. Las muñecas (diseñadas por
el difunto Andrea D’Odorico, autor también de escenografía y vestuario),
representan a los diversos personajes femeninos del Quijote. No solo a
Sanchica, sino a Maritornes, Marcela, la hermosa Quiteria, Claudia Jerónima, la
duquesa… en un desfile constante al que no deja de acudir la propia Dulcinea.
La ausente enamorada de don Quijote se aparece a Sanchica cuando esta baja a la
cueva de Montesinos (monólogo obra de Fanny Rubio). La revelación fantasmal
dará fuerzas a la muchacha para decidir su propio destino muy al margen del
proyecto principesco al que su febril padre va encaminado a la ínsula
Barataria.
El Teatro Español, antigua sede
del Corral de comedias del Príncipe, al que tantas veces acudiría Miguel de
Cervantes, ayer se mostraba como un símbolo-homenaje cervantino cien por cien:
en la sala grande se representaba grandiosamente Numancia y, en la sala pequeña se escenificaba, también grandiosamente,
este nuevo “retablo de maravillas”. Dos mujeres nos hacían ver en ellas,
redivivas, a Chanfalla y la Chirinos, dispuestas a hacernos ver las aventuras
de un don Quijote al fondo. Doble felicitación, pues, a la Dirección del Teatro
Español. (A las actrices ya se lo expresé con abrazos al final).
No me duelen prendas en definir a
esta función como uno de los mejores homenajes que se han representado con
ocasión del centenario de Cervantes, contraste bellísimo en una programación
paupérrima de las instituciones oficiales. Sería importante que pudieran verlo
tantos escolares, universitarios y profesores que tienen al Quijote por un
libro aburrido. Ojalá la productora pueda llevar el espectáculo por toda
España.
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