Tras recoger cientos de
definiciones sobre el género, Camilo José Cela concluyó que “novela es todo
aquel libro que, una vez publicado, bajo el título lleva impresa la palabra
NOVELA”. Se refería a lo inabarcable que se ha convertido la narrativa en sus
asuntos, perspectivas, estructuras, dimensiones, etc. Una novela pude abarcar
lo que el autor quiera. No así el cuento, género autónomo dentro del relato que
no tiene marcada su longitud sino por una sesión de lectura. Pero una sesión
sin definir.
El cuento va unido a la
cultura oral. La tradición, la leyenda, los sucesos se transmiten de boca a
oído, de generación en generación. Uno de los ámbitos supervivientes de este
modo es la Plaza Jemaa-el-Fnaa de Marrakech. Por tanto, no nos extraña que en Oriente,
en los países africanos, en Iberoamérica hayan aparecido tantas recopilaciones
y tantos libros de cuentos que recopilan “historias” transmitidas oralmente. No
es momento de hacer un repaso desde las narraciones breves que Sheherezade
hacía en LAS MIL Y UNA NOCHES al sultán hasta los autores más conocidos hoy de
cuentos o los microrrelatos, ahora tan en auge.
El título del libro DE LA
CEIBA Y EL QUETZAL, introduce en un universo típicamente guatemalteco. La ceiba
fue considerada árbol sagrado en culturas precolombinas de América central y su
presencia es frecuente no sólo en los paisajes sino en las plazas de los
pueblos como símbolo identificador. El quetzal, posiblemente una de las aves
más hermosas del mundo, es un pájaro nacional del país y simboliza la
independencia de América Central de España. También es la moneda de Guatemala
desde 1925.
Por el libro desfilan personas
que pertenecen a familias humildes cargadas de hijos, sostenidas con fríjoles y
poco más. La lucha por la vida es una constante, donde comer, vestir, comprar
medicamentos, sobrevivir a una enfermedad, contratiempo o “mordida” (multa),
apalabrar una boda, pagar un entierro… pueden constituir retos insalvables. A
través de sus historias conocemos sus medios de vida, sus costumbres (como la
asamblea de vecinos en el salón comunal, descrita por causa del protagonista
Fabio Seisdedos), a sus familiares, a sus vecinos, todos enredados como las
cerezas a través de las páginas de la autora. O en “El sabor de la tierra” donde
se resume la aventura de una familia palestina (los Zammar), entre emigrante y
refugiada, que navegando por barcos y mares, llega a Guatemala y se instala en
Cobán. Su proceso de integración es seguido por el lector, enganchado a la saga
que emprende una vida (sin perder sus raíces) en el Nuevo Mundo. Uno de mis
cuentos preferidos es “La ciega del otro lado del puente”, que se abre como un
abanico mostrando a los miembros de una familia donde las mujeres tienen el
protagonismo. También la insólita historia del Padre Telesforo, víctima de su
propia generosidad y de la maledicencia ajena.
El hecho de tener los hijos
antes del matrimonio o fuera de él es visto con naturalidad. Un mundo donde
nadie está seguro de que sus hermanos lo son de padre y madre. Pero donde las
mujeres son protagonistas, heroínas que sacan adelante a sus hijos o a los
huérfanos ajenos, víctimas de abusos precoces, del abandono de los hombres.
Doña Gladys, Mérida…
El fenómeno del marido ausente
por causa de una emigración inacabable a los Estados (Unidos). A veces el
regreso del marido no sucedía. Un accidente laboral o de tráfico podía acarrear
un duelo sin cadáver en el pueblo dejando viudas o mujeres abandonadas por sus
esposos por otras mujeres que encuentran en la América próspera. Mujeres que
enferman o mueren temprano víctimas del abandono mismo o de enfermedades sin
curar o incurables, como el sida. Pero la opinión pública no juzga igual al
hombre que a la mujer. Ellas son las auténticas protagonistas de esas vidas
azarosas donde cada día consiste en sobrevivir, como Mayra, cuya historia está
llena de peripecias a cuál peor. Gran número de viudas. Mujeres que llegan a su
vejez tan deterioradas física y moralmente que sólo pueden mirar al pasado
desde una mecedora. Y gran número de maridos pendejos que vuelven a casa desde
la de su amante o borrachos tras pasar por la pulpería. Las mujeres son mucho
más emprendedoras que los hombres (como se ve en el cuento “Cooperantes”) a la
hora de aprovechar los recursos naturales o los que les llegan del exterior.
Los niños, la parte más débil de la sociedad, y más aún cuando son del género
femenino, sufren las carencias más urgentes en educación, en sanidad, en
alimentos. Desde la edad más temprana aprenden lo que es la resignación.
En estas páginas encontramos nombres de personajes, algunos de origen castellano de pura cepa mencionados frecuentemente con los dos apellidos: Secundino Aldana Marroquín, Doña Odilia de León, Gladys Petrona Mazariegos. También conocemos vocabulario: monedas: “quetzales”, “milpa”. Alimentos: “frijoles”, “chile”, “tamal”; instrumentos musicales: “marimba” (percusión parecida al xilófono), bebidas como el “atol”, el refresco de agua de Jamaica. “Huipil” (camisa bordada de mujer). “Platicar” por “hablar”. “Tomar” por beber, “Cédula” por carnet. “Dizque” por “Se dice que”. “Cuadras” por manzanas de edificios, “chompipe” por “pavo”. “Pupusa” por tortilla. “Patojos” por muchachos. El uso muy frecuente de diminutivos: “subiditos”, “muertitos”, “pechito”, “cerrito”, “ranchito”, “padrecito” al cura… Devociones de la metrópoli española: San Isidro, la Virgen de Montserrat, Santo Domingo, los ritos católicos de Semana Santa. Topónimos: Nueva Segovia, San Marcos, Santa Catalina. Vegetación: el Ocotal, la ceiba , el malinche…
El narrador es alguien
de ellos, como si le refiriera los cuentos a la autora, al lector, quién sabe…
La identificación de este narrador resulta confusa, como suele acontecer en la
novela del siglo XX tanto aquí como en la literatura iberoamericana. Por eso,
se expresa con giros autóctonos que hace siglos también se usaron en España.:
“no le quedaba de otra que andar más de media legua para ir al campo de la su
madre”…”tenía un su campito”, “de la su vecina”. Este narrador pasa del estilo
directo reproduciendo la frase del personaje, al indirecto sin transición. Así,
refiere: “Él también tenía un telar, pero ya sabe usted que no se vende”. O al
revés: “Según el médico la operación había sido un éxito. Doña Gladys ya no
sentía aquellos dolores terribles de cabeza, pero sus ojos no más lo miraban
todo negro. Su nervio óptico, sabe señora, se dañó; más bien se arruinó y ya no
es posible que usted vea. Pero no se preocupe, por lo demás, podrá hacer vida
normal”. O comentarios marginales entre la conversación de dos personajes
nativos. En el Nuevo Mundo se dan rodeos protocolarios antes de abordar el tema
principal. Así sucede entre Doña Gladys y su suegra. El narrador introduce:
“Todo el mundo sabe que ir al grano es cosa de los españoles. Aquí es una falta
de educación preguntar o afirmar directamente. También es indecoroso dar una
única respuesta, porque ya se sabe que las cosas pueden o no ser de esta o de
otra manera”. Al narrador se le escapan opiniones propias de vez en cuando: “Se
casó con ella –dice de un personaje-, por lo que nos casamos todos”. Describe
como un guía en el mismo escenario de los hechos: “Dizque aquí estuvo la
batalla de los españoles contra Tecún Umám, rey Ki’ché, y por eso están ahí sus
huesos, en ese cerrito de Doña Julia, o tal vez en otro cerrito detrás de la
escuela y que se mira desde aquí, pero ¡a saber! Que hay muertitos ahí, es
cierto, pero no molestan nunca. Están alegres de tener compañía de vivos. Pero
¡a saber, vos!”. Este enigmático narrador o guía del libro, unas veces se
expresa como un castellano de Valladolid (en “Un error de cálculo”) y otras
como un acompañante del lector, nacido en la región guatemalteca, escenario de
los hechos (“El cerrito de doña Julia”).
Paisajes de siglos a
cuestas con historias y leyendas: “Cerca estaba el sitio de las glorias mayas
de Qumarcaj, convertidas en cerros verdes que ocultaban las pirámides y
rodeadas de pinos silenciosos y cubiertos de plantas parásitas de largos
flecos, que los disfrazaban de plañideras con sus velos al viento o tal vez de
viejas desmelenadas con sus canas despeinadas y reñudas”.
Este libro de cuentos incluye
dibujos de la propia autora. Dibujos muy sencillos para una colección de
cuentos que forman trece acuarelas, pues la descripción de personas y de
ambientes priman sobre la narración en bastantes ocasiones. Montserrat
Abumalham nos obsequia estos retratos de fotomatón. Deseo con toda mi alma que
su nueva obra sea un puente entre España y Guatemala. Un puente que se concreta
en el trabajo que la propia Montse y Luis, su marido, llevan a cabo
generosamente en Guatemala con la Asociación Tacaná en la promoción de niños,
adolescentes y jóvenes para que, en un futuro próximo, puedan ofrecer su
trabajo ayudando también a los demás. Los beneficios de la venta del libro a
ello se destinan.
Asistí a esta cita; me pareció tan interesante como realista la presentación sobre el libro, así como la exposición del proyecto de Tacaná. Deseo que la crónica de este blog llegue a muchos potenciales lectores de estos cuentos de Centroamérica. José María, Luís, Montse... sois fantásticos
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