La afición del pueblo español por el teatro, durante nuestros siglos de oro, sólo es comparable al que hoy alcanzan el cine y las series televisivas. Autor que persiguiera fama y ganancia, sabía que su pedestal estaba en los corrales de comedias y, si Fortuna acompañaba, en el teatro de la Corte. Por ello, no exageraba Cervantes al describir a Lope como portador del cetro de la monarquía cómica y versificar con ironía, en Viaje del Parnaso (1614): “Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo [...]”. Pero a él, la fama posterior le llegaría por la inmortal novela de don Quijote y por sus extraordinarios Entremeses que lo sitúan en la cabeza del género cómico breve. No obstante, Numancia sigue siendo la mejor tragedia del Siglo de Oro español y relevante en el teatro europeo. Francia la ha representado en numerosas ciudades y ocasiones. Los hermanos Schlegel, Goethe, Schopenhauer y otros autores alemanes la elogiaron. En España, no tanto, salvo excepciones, como Azorín (quien destacó su hondura) o como Max Aub quien la consideraba la primera tragedia moderna. Parece ser que fue representada en una Zaragoza sitiada por Napoleón y en Madrid, aún reciente la invasión francesa, como glorificación de la resistencia española ante el fracaso conquistador galo. O de la resistencia republicana frente al ejército sublevado, tal como se percibe en las dos versiones de Rafael Alberti, la primera de ellas representada en Madrid, en 1937. Adaptaciones, refundiciones, versiones… también posteriores durante el franquismo.
Desde el minuto
uno en que Juan Carlos Pérez de la Fuente tomó posesión como Director del
Teatro Español, se propuso homenajear a Cervantes llevando esta obra al
escenario más antiguo de la capital, con ocasión del cuarto centenario de su muerte. Quería
poner delante del espectador actual este mundo de guerras enredadas en
negocios, de refugiados, de emigrantes, de poderes que asedian por intereses,
acercando al autor clásico hasta la sensibilidad del espectador de hoy con todo
lo que lleva a sus espaldas. Y encargó una versión actualizada a un poeta y
adaptador solvente con el que ya había trabajado: Luis Alberto de Cuenca
auxiliado por Alicia Mariño. El general Escipión llega para hacerse cargo del
ejército romano, que tiene cercada a la
ciudad de Numancia desde hace dieciséis años, sin alcanzar victoria,
debilitadas sus virtudes guerreras por los placeres y la ociosidad. Inútiles
son los intentos de la embajada numantina que acude a pedir una paz honrosa
desde la ciudad. Escipión, deseoso de no derramar más sangre romana,
ordena cercar con un foso a Numancia hasta que el hambre la obligue a
someterse. Sale a escena una España personificada, que pide al cielo clemencia
por sus hijos, siempre divididos entre sí: “[…]
pues mis famosos hijos y valientes/ andan entre sí mismos diferentes./ Jamás en
su provecho concertaron/ los divididos ánimos furiosos,/ antes entonces más los
apartaron/ cuando se vieron más menesterosos./ Y así con sus discordias
convidaron/ a bárbaros de pechos codiciosos/ a venir a robarme mis riquezas,/ usando
toda clase de crudezas”. España invoca al Duero para que inunde el
campamento romano, quien no puede desafiar al destino pero sí profetiza días de
esplendor a la patria y gloria para la ciudad: “[…] que no podrán las sombras del olvido/ oscurecer el sol de sus
hazañas”. De nada sirven a los numantinos sus ritos religiosos, su postrer intento
de resolver el asedio con singular combate entre dos guerreros, uno de cada
bando. El hambre, la desesperación, pero también la firmeza, marcan a los habitantes.
Las mujeres de la ciudad se oponen a que sus hombres salgan fuera y las dejen desvalidas frente al invasor. Antes que entregarse, llegados a una situación límite, se deciden al sacrificio colectivo arrojándose todo el pueblo, con sus bienes, a una enorme hoguera. El universo colectivo y épico de la obra se ve contrastado por el amor entre los jóvenes numantinos Marandro y Lira, quienes han aplazado su matrimonio por la situación que se vive en la ciudad. El primero, viendo morir de hambre a su amada, escapa para robar pan en el campamento enemigo con su amigo Leoncio. Pero lo matan y fallece en brazos de Lira. El silencio y la calma intramuros hacen sospechar a los romanos que algo sucede dentro. Cuando entran sólo encuentran muerte y desolación. Pero Escipión y sus ayudantes saben que sin un rehén para llevar a Roma, no podrán presentarse victoriosos. Un único superviviente, el joven BARIATO (una adolescente en la versión), rechaza promesas de libertad y riquezas del general romano. Arrojándose desde la torre, su voluntaria muerte pone fin a la arrogancia romana. Numancia entra en la Historia y en el mito.
Las mujeres de la ciudad se oponen a que sus hombres salgan fuera y las dejen desvalidas frente al invasor. Antes que entregarse, llegados a una situación límite, se deciden al sacrificio colectivo arrojándose todo el pueblo, con sus bienes, a una enorme hoguera. El universo colectivo y épico de la obra se ve contrastado por el amor entre los jóvenes numantinos Marandro y Lira, quienes han aplazado su matrimonio por la situación que se vive en la ciudad. El primero, viendo morir de hambre a su amada, escapa para robar pan en el campamento enemigo con su amigo Leoncio. Pero lo matan y fallece en brazos de Lira. El silencio y la calma intramuros hacen sospechar a los romanos que algo sucede dentro. Cuando entran sólo encuentran muerte y desolación. Pero Escipión y sus ayudantes saben que sin un rehén para llevar a Roma, no podrán presentarse victoriosos. Un único superviviente, el joven BARIATO (una adolescente en la versión), rechaza promesas de libertad y riquezas del general romano. Arrojándose desde la torre, su voluntaria muerte pone fin a la arrogancia romana. Numancia entra en la Historia y en el mito.
La tragedia cervantina precisaba una “puesta a punto” para hacerla comprensible, inteligible y aceptable al público de hoy sin perder su asunto, su lenguaje y su grandeza. Por ello, el trabajo de Luis Alberto de Cuenca (poeta y filólogo), de Alicia Mariño (filóloga y docente), acompañados por Pérez de la Fuente (buen conocedor del teatro clásico) formaba un triángulo idóneo. El trabajo de meses consistió en: adaptar el vocabulario arcaico al uso de hoy sin perder su riqueza ni su métrica original (por ejemplo, “corridos” por “avergonzados”, “te saca de seso” por “te saca de quicio”), suprimir justificaciones retóricas y largos parlamentos innecesarios en la acción (las “escenas orales” tan frecuentes en nuestro teatro clásico, el largo monólogo del río Duero), reparto de monólogos entre varios personajes (embajadores, hombres y mujeres numantinos) o rodeos, eliminación o síntesis de paráfrasis y divagaciones a veces prolijas en los discursos, especialmente las mitológicas. A veces se ha sustituido el verso cervantino por una gráfica y valiente nueva metáfora (como “Bien puede la ciudad toda cercarse/ si no es la parte por do el río baña”, cambiada por “Bien puede la ciudad toda cercarse/ y rodearla con mortal guadaña”). El largo monólogo del personaje España lo reparten dos personajes que son el mismo: EL HOMBRE ESPAÑA Y LA MUJER ESPAÑA, resumen de la historia española que si Cervantes la acerca hasta sus días (reinado de Felipe II) los adaptadores la extienden a contiendas posteriores y a problemas actuales en versos perfectamente ensamblados al texto original.
Con buen criterio, desaparecen de boca de los numantinos todas las menciones e invocaciones a los dioses romanos, insólitas en un pueblo que aún no ha conocido la conquista imperial, así como la aludida invitación de Teógenes a que sus paisanos, víctimas del hambre, devoren a unos prisioneros del enemigo. Y en este sentido, el rito sacrificial del pueblo numantino sustituye los textos declamatorios, reiterativos, de los peores augurios, por visualizaciones llenas de significado, mucho más impactantes para el gusto del espectador actual. Del mismo modo, se potencia, realzándola, la escena de las madres que no pueden dar de mamar ni de comer a sus hijos hambrientos. Se reduce el reparto (sesenta y dos en la obra original, entre personajes y figurantes) hasta doce actores que interpretan poco más de treinta personajes, algunos de ellos con nombre diferente al texto primitivo (Marandro por Leonelo, Bariato por Nadie) o sustituidos por proyecciones (los Niños convertidos aquí en proyecciones con resultado de 3D). Se ha añadido un prólogo que comienza con el soneto cervantino de La Galatea, “¿Quién dejará del verde prado umbroso…?”, versos centrados en el derecho del pueblo a la libertad y al honor. El texto de las cuatro jornadas se reduce a tres, distribuidas en escenas, formato más manejable a la hora de ensayar la función.
Esta versión introduce una escena nueva
que no aparece en el texto cervantino. En la obra original, Leonelo se suicida
y su amada Lira intenta seguirle. Pero la oportuna aparición de un soldado
numantino lo impide y la convence para dar sepultura a su prometido y a su
hermano con la ayuda de él mismo. En la versión, un soldado (sin más
adscripción) también se lo impide aunque para violarla. Es el único “pero” que
pongo a la versión aunque escuché las razones de Pérez de la Fuente: la mujer
(me vino a decir en resumen) es la gran víctima de esa guerra y de esa
situación. De hecho, en la versión y en la escena, el soldado no se identifica
con ninguno de los dos bandos en conflicto. Este momento dramático se alarga en
la aparición de la Mujer-Guerra, explícito homenaje a Bertolt Brecht y su Madre Coraje, tirando del carro y
símbolo a su vez de la crueldad y
negocio de las guerras. Así lo expresa la acotación: “La Señora de la Muerte
no es otra que LA MUJER-GUERRA. Viene embarazadísima y tira de un carro
cargado de cadáveres. Sin duda Bertolt Brecht había leído a Cervantes.” La versión convierte los personajes
originales de Hambre y Enfermedad en dos cabezas paridas por la Mujer-Guerra
ayudada por el Soldado-Parte y que también hará las veces de ventrílocuo,
instante esperpéntico que nos conduce a Goya y a Valle-Inclán. La sombra de
este último es alargada en nuevas acotaciones: “Tenebrosa procesión
de madres numantinas que van arrojando a la hoguera todos sus bienes. Un aire
de vanitas barroca preside la escena. Las madres llevan un pecho
descubierto como símbolo de su maternidad. Vida y muerte, luz y oscuridad, se
entrecruzan o, también, “(Las llamas de la hoguera crecen
hasta el infinito, dañando el ojo humano que intente mirarlas).
El suicidio de ese Nadie superviviente,
que representa a todo el pueblo numantino y la decepción del ejército romano,
que no podrá volver con un solo esclavo a la capital del imperio, preceden al
epílogo dialogado del Hombre y la Mujer quienes profetizan la leyenda en que se
convertirá Numancia pues “la libertad sin dignidad no existe”.
LA REPRESENTACIÓN
La representación hubiera sido
imposible, difícil o un fracaso si todo lo que Pérez de la Fuente estudió sobre
Cervantes y experimentó con PIngüinas (donde había llevado la
palabra de Arrabal a su tensión máxima), no contara con un equipo tan bien
elegido y conjuntado de elementos eficaces y brillantes desde el mismo encargo
de la versión a sus firmantes, a quienes dio sugerencias valiosas. Por tanto la
versión aparece como una partitura musical para la batuta de quien la va a
dirigir. Con Pilar Valenciano como ayudante de dirección, el reparto cuenta con
dos figuras importantes en la interpretación y en la dicción del verso, como
Beatriz Argüello (quien ya había trabajado a las órdenes del director en El mágico prodigioso, de Calderón) y
Alberto Velasco, dos columnas que dan carne a las varias alegorías y enmarcan
la interpretación de los demás.
Los romanos aparecen engreídos, seguros de sí mismos (como nuestros políticos) con Chema Ruiz en el general Escipión, severo e imponente; se le suman Raúl Sanz y Carlos Lorenzo en los papeles de Yugurta y Mario respectivamente, impasibles y rotundos. En el lado numantino, las mujeres: Maru Valdivieso (que vuelve a encontrarse con quien la dirigió como co-protagonista en Fortunata y Jacinta) encarna la dignidad y el equilibrio, Mélida Molina, la angustia; Myriam Gallego, el desgarro; Julia Piera, la fragilidad valiente. Los hombres: con un Alberto Jiménez en un Teógenes solemne y convincente; Markos Marín y Críspulo Cabezas, ágiles y nerviosos Leonelo y Leoncio respectivamente.
Los romanos aparecen engreídos, seguros de sí mismos (como nuestros políticos) con Chema Ruiz en el general Escipión, severo e imponente; se le suman Raúl Sanz y Carlos Lorenzo en los papeles de Yugurta y Mario respectivamente, impasibles y rotundos. En el lado numantino, las mujeres: Maru Valdivieso (que vuelve a encontrarse con quien la dirigió como co-protagonista en Fortunata y Jacinta) encarna la dignidad y el equilibrio, Mélida Molina, la angustia; Myriam Gallego, el desgarro; Julia Piera, la fragilidad valiente. Los hombres: con un Alberto Jiménez en un Teógenes solemne y convincente; Markos Marín y Críspulo Cabezas, ágiles y nerviosos Leonelo y Leoncio respectivamente.
Uno de los grandes aciertos de esta función
es la escenografía de Alessio Meloni, que partiendo de un espacio vacío inicial
al que se puede acceder por una rampa a través del patio de butacas, va
dotándolo de espejos, gasas, volúmenes, tramoyas, proyecciones… para servir de
marco idóneo a cada una de las escenas. No es un simple decorado sino un
intérprete más, un signo que habla por sí solo en cada momento.
El vestuario diseñado por Almudena Huertas
goza de una gran sencillez y, al mismo tiempo, una rica polivalencia. Esos
uniformes de romanos que pueden ser similares al siglo XX en muchas de sus
guerras. O las túnicas y cogullas de numantinos perseguidos como si fueran
primeros cristianos antes del cristianismo, golillas transformadas en orejeras
de dama de Elche, con miriñaques intemporales y concertinas como cilicios
permiten pasar de la ceremonia al esperpento rápidamente.
José Manuel Guerra, responsable de la
iluminación, compone espacios psicológicos, desde la frialdad de la luna hasta
las temerosas llamas de Numancia, así como espacios de la naturaleza,
trabajando sobre mínimos moldes. La música y el espacio sonoro de Luis Miguel
Cobo trae a los oídos olas, tormentas, pájaros, perros, voces, ruidos…
Pérez de la Fuente da una vuelta de tuerca
a Cervantes. Si este (en tiempos de hazañas bélicas españolas) miraba el pasado
y predecía un futuro esplendoroso para España, la nueva versión viene a ser un
alegato contra el poder, una defensa de los sitiados, con todos los
paralelismos que podamos imaginar en el ancho mundo y en nuestro pequeño mundo
de ciudadanos muchas veces indefensos. Esos ciudadanos a quienes el autor
(rompiendo tradición de siglos) da voz y voto en las decisiones colectivas.
Dentro de sus murallas, el poder no descansa en los aristócratas y ricos sobre
unos plebeyos anónimos. En Numancia
Cervantes no distingue “los que viven por sus manos/y los ricos”, a quienes
Jorge Manrique igualaba en la muerte. Para Cervantes, el destino se elige desde
la dignidad, no desde dioses que (aun siendo venerados) no interfieren ni
aparecen para resolver los problemas humanos. El último numantino se quita la vida poniendo ante el espectador del siglo XVI un tema (el del suicidio), que era tabú, prohibido, pecaminoso desde el reciente Concilio de Trento. (Durante varios siglos, la Iglesia no permitía enterrar en sagrado a los suicidas). Esa es la modernidad del autor
del Quijote y que Pérez de la Fuente
ha sabido visualizar con acierto. Gracias a este montaje, sabemos de qué lado estaría Cervantes en un mundo de refugiados y de migrantes, aislados por
alambradas y concertinas.
Las representaciones en la sala grande del Teatro Español también han coincidido con el espectáculo Quijote. Femenino plural, una deliciosa comedia basada en los personajes femeninos de la novela. Los dos espacios han establecido un diálogo de dos géneros en torno a Cervantes, un fenómeno único que el ayuntamiento de Madrid no ha sabido ni valorar ni agradecer. Pero de esto ya hablaremos.
Numancia
ha sido un homenaje a la altura del autor del Quijote. Y el destino ha hecho
coincidir el final de sus funciones con el despido, también de sus funciones, de
Juan Carlos Pérez de la Fuente como Director del Teatro Español. Ha sufrido un
asedio similar a los numantinos. Pero los tiempos del suicidio pasaron. En democracia
hay que defender la propia dignidad ante la justicia.
P. D.: Muchas han sido las
críticas y reseñas sobre este espectáculo. De todas, me permito seleccionar
una, la de Miguel Pérez Valiente, por lo amplia y completa. Se puede leer en
este enlace de su blog:
https://glosasteatrales.com/2016/04/24/cronica-de-numancia-de-miguel-de-cervantes/
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