Mientras esperaba el comienzo de la función en el Teatro
Alfil, sentado en la primera fila por deferencia del productor Eduardo de los
Santos, recordaba la noche del 28 de noviembre de 1975, con Franco recién
enterrado y yo, estudiante de Filología Hispánica, asistía al estreno de Historia de unos cuantos, de José Mª Rodríguez Méndez, en la fila siguiente a
donde se sentaban Massiel, Patxi Andion y otros. En la puerta, algunos coches de
policías, los “grises” de entonces. La obra no merecía tal despliegue de
fuerzas de seguridad, pero eran tiempos de imprevistos y sobresaltos.
He acudido más recientemente al Teatro Alfil, que sigue
resistiendo la crisis con una variedad de obras, autores, actores… todos ellos
jóvenes, que lo mantienen como uno de los espacios más dinámicos y frescos de
la ciudad, con una situación privilegiada en el corazón de Madrid. Ahora, las
butacas rodean sendos veladores donde se puede consumir una cerveza o un
refresco, a modo de café-teatro. En la tarde del 2 de octubre asistí al regreso
de Píntame, comedia de David Ramiro
Rueda, que también él ha dirigido, desde su estreno en Madrid y su
rotación por varios escenarios españoles, recogiendo el aplauso de unos 10000
espectadores. Es la quinta temporada para la obra. La producción corresponde a SerieTeatro Talent. (Ya podemos
adelantar que el 28 de octubre, David Ramiro Rueda celebrará el preestreno
de su segunda obra: La cicatriz, en
la sala principal de los Teatros Luchana de Madrid, contando de nuevo con la
actriz Adriana Salvo). Es una tarde de amable otoño, con gente joven esperando a
la puerta del teatro donde lucen carteles de obras, algunos con rebosantes
bellezas ligeras de ropa, justo enfrente de un convento de monjas de clausura.
Ora et labora, que dijo el otro.
En Píntame, dos
jóvenes (Gonzalo y Diego) que comparten piso, entran en contacto con Elena.
Diego, experto en juegos informáticos y de Internet, logra que, sin saberlo
ellos, Gonzalo y Elena lleguen a conocerse por una “casualidad” que Diego ha preparado por su cuenta a través de una red social, haciéndose pasar por Gonzalo.
Surge el amor entre aquéllos. Ella se instala en el piso y Diego se marcha,
pues parece no soportar la intromisión femenina. Pero la vida es una mezcla de
azares, y crea situaciones y sentimientos imprevistos, del mismo modo que los
colores de una acuarela, mezclados, proporcionan tonos y matices que enriquecen
el cuadro. De esto sabe bien Elena, pintora aficionada y abstracta que no logra
el éxito perseguido con afán. Gonzalo, tierno y tímido, pintor de brocha gorda,
también descubrirá que el arco iris va más lejos que el blanco “gotelet” de las
paredes. Diego tendrá que asumir que el juego fue demasiado lejos pues el rojo
corazón le gastó una mala pasada. Los tres acabarán aprendiendo algo nuevo en
sus vidas. Y por encima del amor entre Gonzalo y Elena, aletea un amor
sublimado de Diego por su amigo.
En una escenografía extremadamente sobria, por lo general
ambientando el apartamento de los dos muchachos, la palabra ágil y rápida
(especialmente de Elena) va creando situaciones de una comedia con “pinceladas”
de humor, que camina hacia tintes dramáticos pero que, al final, deja la puerta
abierta a la esperanza, la felicidad y la fidelidad a los principios. Es una
obra optimista en la que muchos jóvenes se sienten identificados.
Los tres intérpretes están espléndidos en sus respectivos
papeles. Adriana Salvo compone una Elena vivaz e inquieta pintora que
lucha contra los elementos del fracaso para llegar a realizarse en su
profesión. Es, tal vez, el personaje que menos ha de evolucionar en la obra.
Iker Azcoitia, en un Diego vitalista (y tan versátil como el propio actor) al que la
realidad le irá bajando los pies hasta tocar el duro suelo. Jon Rod, el tímido,
generoso, decidido y consecuente en un Gonzalo muy personal que llenaba de luz
todas sus escenas. Todo un descubrimiento para mí. El y sus dos compañeros nos
hacían reír y, en los últimos momentos, reflexionar y sentir con ellos.
Una tarde de septiembre, pintada por ellos con la paleta del
otoño.
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