(Por encargo del Ministerio de Cultura, escribí este
artículo para su Anuario Teatral 1997, editado y disponible en el Centro de
Documentación Teatral. Se nos acaba de ir Francisco Nieva el 10 de noviembre.
Antes se marcharon el gran iluminador Josep Solbes y aquel gran actor que era Paco Maestre, que bordó el papel de “corifeo”
del Ciego en la “reópera” de Nieva.)
“PELO DE TORMENTA”,
ACONTECIMIENTO ESCÉNICO
El estreno de Pelo de
tormenta (20 de marzo de 1997), "reópera" de Francisco Nieva, llegó
precedido de mayor curiosidad, si cabe, de la que siempre suscitan las obras
del autor manchego. El nuevo Director del Centro Dramático Nacional, Juan
Carlos Pérez de la Fuente, acariciaba el sueño de estrenar Pelo de tormenta desde
sus tiempos como alumno de Nieva en la RESAD, y eligió dicho título para mostrar
su primer trabajo como director de escena en el Teatro María Guerrero, de Madrid,
tras la profunda renovación de su escenario. Esta obra escrita en los primeros sesenta
como posible libreto de ópera, publicada en los primeros setenta, pero después
vetada por la censura y, por tanto, desconocida en los teatros comerciales (aunque
sí en montajes de aficionados) ofrecía, pues, novedades sobradas para
crear expectación.
Conscientemente, Pérez de la Fuente asumió retos y riesgos, sumados al hecho de
que las obras de Nieva, sin olvidar montajes de José Luis Alonso y William
Layton, han puesto en un brete a directores
famosos. Que Pelo de tormenta no se hubiera estrenado aún en la
democracia, siendo obra tan temprana y magnífica del autor, habla de sus
dificultades. Pelo de tormenta es, como dice en ella el Ciego de la Guitarra
de Pino, una "festosa reópera, género intemporal, difícil y caro",
"auto sacramental al revés" (Nieva), "gran carnaval" (Pérez
de la Fuente), retablo de maravillas donde se ironizan los tópicos y tabúes del
español en religión y en sexo, como castradores o liberadores, respectivamente.
O, considerando al ciego- corifeo como hilo conductor de la historia, una
"aleluya" voceada por esquinas, cuyo cartelón permite
animar sus viñetas, al tiempo que se anuncia su venta, como por magia.
Toda la sala del María
Guerrero (escenario, patio de butacas, palcos...) fue convertida en espacio
escénico helicoidal: una mezcla de coso taurino, patio de vecindad, corral de
comedias, plaza de pueblo, pista de circo, huerta de convento, pozo réplica del
que sirve como cueva subterránea al Mal-Rodrigo, ese dragón
que tiene confundido y fascinado al pueblo de Madrid y cuyo voraz apetito no se
sacia sino con mozas de buen ver. Al prescindir del escenario a la italiana, el
público entraba hasta su localidad por
vericuetos y gradas casi iniciáticos, creándose un inquietante clima previo de
prodigios y extrañezas por contemplar. La gran ceremonia barroca se transmutaba
en sainete pues se avisaba, desde el comienzo, que
"se va a armar la gorda". Después, el espectador podía ver, cruzando
su mirada por los lugares de la acción, cómo sus propios contemporáneos aparecían
de telón de fondo entre humos, alguaciles, penumbras,
majas, planetas, vencejos monaguiles y obispos, como parte integrante de un
lienzo disparatado o de una caricatura de Goñi. Desmesuradas tocas monjiles de
ayer, superpuestas a
corbatas de hoy.
Acabadas las letanías de santos insólitos, no está de más oír un fandango popular
o la seguidilla del sacristán sarasa.
Más aún, presenciar la función desde
diferentes ángulos -como hizo quien firma-, ofrecía
perspectivas nuevas cada vez. No obstante, y en primer término, Pelo de
tormenta es uno de los más brillantes textos de nuestro teatro
contemporáneo. En él se dicen, vocean y cantan, las transgresiones más
insólitas del lenguaje: paradojas, ultracorrecciones, metáforas, neologismos, bordan réplicas y
acotaciones convirtiendo su lectura en un ejercicio de hallazgos tan fascinante
como el tapiz drapeado que el monstruo despliega sobre las tapias de las monjas
Sublimitas.
Para la puesta en
escena, el director eligió un equipo artístico no sólo de gran calidad, sino
muy próximo al universo estético de Nieva. José Hernández, pintor, escenógrafo (que ya está decorando el Cielo),
figurinista e ilustrador de prestigio
internacional, captó la
truculencia barroca y neoclásica en un Madrid de ensueño, muy antiguo y muy
apocalíptico. El cartel anunciador, también obra suya, resultaba sobrio e
impactante. Los figurines de Pedro Moreno, realizados
por Eva Arreche y Rafael Garrigós, aportaron un vestuario deslumbrante,
imaginativo, ribeteado de humor.
Josep Solbes, frecuente colaborador del
director de la obra, afrontó dificultades que parecían insalvables, gracias a
su buen hacer y al uso de aparatos no convencionales. La música de Manuel
Balboa y la coreografía de Ramón Oller, dos profesionales con una larga ficha
de trabajos y premios, convirtieron Pelo de tormenta en esa
"reópera" inventada por Nieva, llena de música y movimientos muy
españoles y muy cosmopolitas. Juan Carlos Pérez de la Fuente, al dirigir el
grupo de más de treinta actores pareció tener por brújula eso que distingue a
Nieva y que Angélica Bécker ha destacado: la actuación realista de teatro, nada
difícil para el actor español (la tradición gestual del drama barroco y romántico
y el desparpajo del "género chico") sostenida en dos actitudes
aparentemente opuestas: identificación
con el papel y distanciammiento del personaje., Paco Maestre, actor muy experimentado en la obra de Nieva, bordó un Ciego perfecto, la profesionalidad de Juan Carlos Martín se puso a prueba en un dificilísimo Sacristán Raboso, la veteranía de Pilar Bardem interpretando a la beligerante abadesa, al frente de un coro de monjas a cuál más disciplinada y sorprendente.
El papel de la duquesa, "guapa. tonta y popular", fue estrenado por Rossy de Palma, actriz que cumple el último adjetivo y cuya personalidad daba el tono surrealista al papel, luego interpretado por Carmen Conesa en perfiles más aristocráticos y musicales. Ceferina, la maja desdeñada por el monstruo, fue encarnada al principio por la temperamental Agata Lys y, después, por Isabel Serrano,
y Alfonso Vallejo compuso un estupendo alguacil. Todo el elenco funcionó como reloj sin fallos en una complejidad de luces, oscuros, golpes, pirotecnias, caídas, máquinas y trampas, en ocasiones de notorio riesgo físico. Desde la manipulación subterránea del Mal-Rodrigo (por Trajano) a la ascensión a los cielos del Santo Obispo (Fernando Chinarro), pasando por el Enano Deletéreo (Emilio Gavira), sin olvidar efectos especiales en vivo y la música en directo, puede afirmarse sin exageración que Juan Carlos Pérez de la Fuente dio volumen y fantasía a la partitura teatral de Nieva. Como el Sebastián de La historia interminable, el espectador se sentía inmerso en la aventura, casi tentado de participar en el bailoteo general.
La elección de la obra
no pudo ser más oportuna. Han pasado suficientes años para que el público de
hoy pueda mirar con una sonrisa benevolente la trinidad temática de Nieva:
España, religión y sexo. Y, sin embargo, la obra se presta a una lectura actual
enriquecedora. No parece que el catolicismo, hoy, constituya una obsesión para
el "españolito" de a pie, que sabe gozar ante una parodia como esta,
estrenada por azar en
vísperas de Semana Santa. Por otro lado, "religiones", héroes, mitos
y supercherías le fascinan ahora: el consumo disparatado, el enriquecimiento rápido
y fácil, una inculturización
progresiva,
un Olimpo de nuevos dioses y diosas...
Por algún motivo
inquietante, autor y director retocaron el final de la obra. La ruina del
edificio (del teatro y del mundo), el largo aburrimiento a que estamos
condenados tras la desaparición del monstruo, se debe a que, como ahora dice la
derrotada abadesa, el mundo ha cambiado de dueño, que es peor aún en este final
de siglo. La mirada muda de los actores hacia el público quedaba como útima instantánea de esa
linterna mágica, esperando una respuesta activa y abierta.
La crítica fue sensible
al esfuerzo y al resultado escénico: "Pocas veces el Centro Dramático
Nacional ha sido tan centro y tan dramático y tan nacional como en esta representación
de uno de los máximos autores de la segunda mitad del siglo XX". (J. Siles, ABC dominical, 25 de mayo); "uno de
los mejores espectáculos teatrales que se han visto últimamente en España, y no
sólo por la espléndida conjunción que ha logrado Pérez de la Fuente entre sus actores,
la música, el movimiento, la escenografía, la misma y sorprendente
transformación de la sala." (V. Molina Foix, El País, 22 de abril); "Es un
montaje modélicamente
espectacular,
de los que se recordarán durante años" (J. I. García Garzón, ABC, 21 de marzo); "la
palabra de Nieva, que tan bien ha apresado Pérez de la Fuente, es poética y
profética; barroca, suntuosa, popular; coral y enjoyada" (J. Villán, El
Mundo, 21 de
marzo); "Estamos ante un espectáculo a la par visual y coral, que ni es un
drama ni es una ópera. Que es una "reópera", o sea, lo que cualquiera
de los chulos que se agitan en la gran plaza simbólica diría que es la releche" (L. López Sancho, ABC, 13 de octubre); "un montaje
lleno de sabiduría, de conocimiento y de desentrañamiento, por qué no decirlo,
inesperado y gratificante,
a la altura
de lo que debe esperarse de un Centro Dramático Nacional" (E. Centeno, Diario 16, 22 de marzo). El
espectáculo gozó del aplauso del público hasta llenar
continuamente butacas y graderíos, y se obtuvieron los siguientes galardones: dos
premios a la dirección escénica de Pérez de la Fuente ("LA CELESTINA"
y "ADE"), premio "ADE" a la escenografía de
José Hernández,
premio SGAE a la mejor composición
musical para obra teatral (Manuel Balboa), dos premios "MAX": al
mejor figurinista
(Pedro Moreno)
y al mejor actor de reparto (Francisco Maestre). El director, los técnicos y los
intérpretes participaron en debates con los Colegios Mayores de Madrid,
universitarios cada vez más inclinados al teatro. Por último, el Centro
Dramático Nacional mostró en una exposición el proceso del montaje y editó un
cuaderno pedagógico con información y esquemas útiles a profesores y alumnos. Sólo
un espectador no pudo asistir físicamente a un estreno que le
hubiera hecho feliz: Moisés Pérez Coterillo, cuyas palabras escritas y entusiasmo por
la obra resultan inolvidables. Quizá el Santo Obispo de Alcalá de los Mares
Secos, tras su muerte y asunción a los cielos, le refiriera el éxito con pelos
de tormenta y señales de incienso.
(Escenas de Pelo de tormenta, de Francisco
Nieva. Fotos: Chicho. Centro de Documentación Teatral)
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