Los mesones y posadas han mantenido constante
relación con nuestras letras. No es preciso gran esfuerzo para recordar
numerosos alojamientos de novelas y comedias. Desde el Quijote hasta la
deliciosa comedia Alesio, de García May, pasando por El sí de las
niñas moratiniano (sin olvidar algunas zarzuelas), las posadas españolas
han sido precedentes ilustres, y bastante desenvueltos, de los moteles de
carretera actuales. Por ceñirnos al repertorio de los corrales, en los fondos
de la Biblioteca Nacional pueden encontrarse más de veinte títulos parecidos a
estos: Lo que pasa en un mesón, La hija del mesonero, La casa
de posadas, Posadas de Madrid, Venta y ventero en una pieza, Fonda
del Escorial, La posadera chasqueada, La posadera y el arriero,
El soldado tullido y la posadera, etc., etc.
La posada del Arenal se ambienta en un
hospedaje madrileño del siglo XVII, "época de contradicción -escriben los
autores en la nota previa-, entre los sueños imperiales de la España heroica y
guerrera y la mísera realidad de hambre y desengaño que padece el pueblo".
No obstante, la comedia carece del pesimismo que tal aviso podría despertar al
que leyere, no al que la contemplare, porque los ingenios que firman la
obra, han interpretado el tema de la codicia humana en clave de disparatado y
divertido juguete. Don Lope, dueño de la posada, es también custodio de la
fortuna de un amigo fallecido, cuyo testamento exige la boda de Francisco, hijo
del difunto, con Casilda, su prometida, para que ambos puedan recibir la
herencia en calidad de dote matrimonial. Pero uno y otra tienen sus respectivos
amantes en la bella Beatriz y el estudiante Mateo. Y cada uno de los cuatro
jóvenes acude a la posada por distintos modos y vías, aunque coincidentes en el
deseo de hacerse con el baúl de los tesoros, que don Lope guarda celosamente en
su aposento. Y es que el posadero no está dispuesto a perder lo que considera
suyo, para lo cual pide el concurso de Petra y Luzmán, el matrimonio que le sirve,
con el fin de impedir el casamiento del heredero. El avispado Luzmán contrata a
Zósimo, un famoso delincuente, para que quite de en medio a Francisco, sin
suponer que el truhán ya se ha vendido al mejor postor. Una suerte de azares,
engaños y tretas se suceden vertiginosamente. Una mujer se disfraza de hombre y
un hombre se viste de mujer, vivos que simulan muertos y vivos que se parecen
entre sí, baúles distintos pero semejantes, una soltera que finge ser viuda, un
matarife que, en realidad, es un simple fanfarrón y, como guinda, una criada
que se deja bañar por una señora que es un hombre. De todos estos alguaciles
alguacilados se burla el poderoso caballero don dinero, viéndoles correr tras
un arca volátil hasta las mismas orillas del Manzanares.
Cierto es que los autores no precisaban el siglo
XVII para escribir una obra sobre el desmedido afán de lucro o sobre pasiones
amorosas desatadas. La España de hoy, vista por un diablo cojuelo, aporta
sobrados temas de ambos asuntos. Lo que ellos han pretendido es, más bien, un
homenaje a la comedia áurea con sus tipos, pasiones, comportamientos y
lenguaje. Conscientes del efecto hilarante que aún provoca la comedia antigua
en los espectadores y de la crisis que afecta a nuestro teatro cómico (y al no
cómico, obviamente), parece inspirarles un efecto de nostalgia, casi elegíaca,
por aquel tiempo perdido. Ese sentimiento de amorosa veneración por el teatro
cristalizó en la colaboración entre un profesor de Literatura, autor de
numerosos libros y piezas teatrales (Eduardo Galán) y un joven actor que conoce
los ritmos del diálogo y el zapateo de los escenarios (Javier Garcimartín).
Juntos se habían documentado sobre el siglo XVII para otra obra anterior, La
sombra del poder, inspirada en el conde de Villamediana, con la que ganaron
el accésit del Premio Calderón de la Barca en 1989. Por ello, en La posada
del Arenal algo se respira de La Celestina, del Lazarillo, de
Quevedo, de Lope, del Calderón menos filosófico.
Esta comedia que aquí véis enseña a comprender
nuestra comedia lopesca, valor didáctico que Galán ha enfatizado en alguna
ocasión, con más brillantez que nuestra clases de Literatura, pero también
enseña a reir con los trucos siempre antiguos y siempre nuevos del teatro y del
cine de humor, desde la comedia del arte hasta Woody Allen: acrobacias,
trampas, dobles sentidos, alusiones a nuestro tiempo, tipos humanos,
ingeniosidades..., Luzmán, esa mezcla de arlequín y figura del donaire, el
viejo verde don Lope, el fantasmón Zósimo, la liberal y pragmática Petra, las
trotamundos Beatriz y Casilda... todos nos resultan más próximos que nuestros
propios abuelos.
El 7 de julio de 1993, el diario EL PAÍS comentaba el estreno de la obra en la Plaza del Rollo, junto a la Casa de la Villa de Madrid, añadiendo: "La presentación de este espectáculo que se estrenará hoy, uno de los programados dentro de Los Veranos de la Villa, estuvo anoche amenizada por la breve disertación del profesor José María Torrijos sobre el Madrid de los corrales de comedia y La posada del Arenal, por canciones españolas para chelo, guitarra, y flauta y por música de los siglos XVII y XVIII interpretada por el dúo Aerófonos. Entre numeroso público, asistieron a la presentación Amparo Larrañaga, Millán (Martes y Trece), José Luis López Vázquez, Manuel Galiano, Carlos Hipólito, María Luisa Ponte y Juanjo Menéndez, entre otros."
La posada del Arenal ha cumplido con creces su destino: divertir al público, según lo avala su largo y exitoso itinerario por diferentes coliseos de toda España. También por escuelas, facultades, colegios mayores, como así sucedió en 2011 en el escenario del Colegio Mayor Elías Ahúja (donde años antes tuvo lugar el estreno mundial de La amiga del rey, de Eduardo Galán) Desde la noche de su estreno, el 16 de febrero de 1990, coincidieron tres augurios favorables a La amiga del rey: ser estrenada en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henares, ser interpretada y dirigida por Fernando Rojas, cuyo nombre y apellidos ya traen evocaciones clásicas pero que interpretó un Luzmán inolvidable, y porque los autores no olvidan aquel consejo de Lope de Vega en El Rey don Pedro en Madrid:
"Sabed
al pueblo agradar
y
con eso acertaréis".
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