Es ya un tópico afirmar que Europa/la cultura europea
es el resultado de los tres componentes: el nous
o pensamiento griego, el ius
o derecho romano, y la crux o
religión cristiana: Atenas, Roma y
Jerusalem. De los tres elementos, el que más ha sido y sigue siendo objeto
de variadas interpretaciones es el de la religión. Y todo, porque, durante
muchos siglos, la religión cristiana, además de religión o relación con Dios,
era una visión institucionalizada sobre todos los órdenes o aspectos de la
realidad humana. Eso quiere decir que todo cambio en esa doctrina religiosa conlleva
también un posible cambio en la visión de la realidad del mundo.
El cambio al que aquí queremos referirnos es el
provocado en el cristianismo occidental por la Reforma protestante de Lutero
(1483-1546), cuyo V Centenario
estamos celebrando.
Hace algún tiempo la prestigiosa revista “Time” presentó
a Lutero, junto a Jesús y a Marx, como los tres hombres más influyentes en la
cultura europea. Que Lutero lo fue en el ámbito religioso, nadie lo niega. Pero
¿Lo ha sido también en otros ámbitos de la realidad? En definitiva, ¿Su
doctrina religiosa influyó también en la marcha histórica de Europa? Si no lo
fue intencionadamente, parece ser que sí lo fue por los efectos o reflejo que
sobre el mundo profano o secular tuvo tu pensamiento religioso.
Para vislumbrar el cambio religioso basta con solo nombrar
los principios fundamentales del credo reformado: la justificación por la sola
fe (sola fides), la autoridad normativa de la Biblia (sola Scriptura), el sacerdocio universal de todos los creyentes, y la libertad del cristiano. Al permitir al
individuo el contacto directo con Dios, y
prescindir de todo intermediario entre el individuo y Dios, socava las bases tradicionales del
catolicismo: los sacramentos, las indulgencias, el purgatorio, el sacerdocio,
la jerarquía eclesiástica… Al poner a la Biblia como única revelación absoluta
con fuerza redentora y salvadora, rechaza toda la tradición
La emancipación de la jerarquía eclesiástica y de su magisterio desembocó en un acusado individualismo, cuya única luz
y fuerza rectora de la que disponía el hombre en el mundo era la razón humana.
Para poder ejercerse ese individualismo, era necesario contar con libertad de
conciencia, tolerancia y secularización
del pensamiento.
Parece lógico pensar que los principios teológicos de
Lutero tuvieron consecuencias sociales, políticas, culturales y, especialmente,
económicas. De hecho, a partir de la doctrina protestante fue surgiendo una nueva
Europa con inéditos factores identitarios. Estos nuevos factores, dimanados del
protestantismo, fueron modelando un mundo –el norte protestante- distinto, cuando no enfrentado, al mundo católico del sur. La evolución de
esa nueva configuración de Europa dio, si no origen, sí la definitiva configuración
del mundo moderno. De hecho, empezando por Guizot y pasando por Max Weber, no
son pocos los relevantes historiadores que sostienen que el mundo moderno es
hijo del protestantismo. Hasta bien entrado el siglo XX la idea prevalente era
que el progreso, las luces, la civilización es fruto de la Reforma, asociada,
naturalmente, a las naciones anglosajonas del norte. “Con los tratados de
Westfalia (1648) , acaba de escribir Joseph
Pérez, nace la Europa moderna, compuesta por naciones que ya no
comparten la misma fe, sino un ideario común cuyos elementos principales son la
secularización del pensamiento, el progreso científico y técnico, la tolerancia
y el liberalismo”. No hay que olvidar que los grandes vencedores de esos tratados fueron los príncipes
protestantes.
A partir del nacimiento del protestantismo empezaron a
configurarse dos mundos, si no enfrentados, sí diferentes: el mundo católico,
en el sur de Europa, y el mundo protestante, en el norte. Dos mundos, por
cierto, que ya venían contraponiéndose desde la antigüedad, en el
enfrentamiento final de los pueblos
germánicos del norte con el Imperio/mundo romano del sur, en el siglo V. Si de
Roma pudo decirse respecto de Grecia aquello de “Graecia capta ferum victorem cepit” (Horacio), algo parecido
podría decirse de este cambio de papeles en el mundo moderno entre el mundo
católico (naciones latinas del sur) y el
mundo protestante (pueblos germánicos y anglosajones del norte).
Coincidencias/ironías de la historia: en el s. V los
germánicos y pueblos anglosajones del norte derrotaron políticamente al Imperio
romano de los pueblos del sur. En el s. XVI nuevamente el protestantismo de las
naciones germánicas del norte derrota religiosamente al catolicismo de los
pueblos latinos del sur. Un cambio parecido aconteció en la economía. Mientras
el norte pronto floreció en brazos del naciente capitalismo, el sur siguió no
poco tiempo demorándose en una economía predominantemente medieval.
Las desavenencias hoy existentes en la Comunidad Europea entre las
naciones del norte y las del sur –las irónicamente llamas PIGS-, ¿tendrán alguna
relación con los desencuentros que estas naciones tuvieron en la Antigüedad?
Aunque no hay mucha base para sostenerlo, podría
interpretarse como un vestigio del pasado una anécdota de nuestro momento religioso actual: en el s.XVI fue el
Norte (Lutero) quien se separó y enfrentó a la Roma (Papa) católica. Hoy, en
cambio, es la Jerarquía católica del Norte
(Cardenal Kasper) quien sale en defensa del pensamiento ortodoxo del católico Sur
(Papa Bergoglio).
Isaías
Díez del Río
está muy bien explicado, pero este tópico del protestantismo capitalista tan repetido y del que Sánchez Dragó es fanático defensor, no me parece acertado. Yo no creo que el norte y el Sur de Europa se diferencien por su religión, creo que hasta el clima es un factor más influyente. De hecho, se habla muy poco de esto en España, pero la mitad norte de la Península y la mitad sur no se parecen en nada
ResponderEliminarMuy sucinto y bien condensada una crónica histórica muy compleja. Para ahondar es muy recomendable para mí el ensayo "Castellio contra Calvino" de Stefan Zweig.
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