(Conferencia pronunciada en el Real Colegio Universitario María Cristina del Escorial, dentro del Congreso SANTA TERESA, EL MUNDO TERESIANO Y LA ESPAÑA DEL BARROCO, celebrado los días 3-6 de septiembre de 2015)
José López Rubio (Motril, 1903-Madrid, 1996) ocupa un lugar en el teatro de quienes conforman La otra generación del 27 (título de su discurso de ingreso en la Real Academia Española), con obra teatral, cinematográfica, periodística y narrativa, muy respetable. Pero pocos conocen su interés por la Historia, que nunca llevó como asunto a sus comedias originales, aunque tradujo obras teatrales de autores extranjeros (1) y dedicó una serie de guiones televisivos a personajes femeninos protagonistas o víctimas de la Historia. (2) En cuanto a su obra cinematográfica, sólo pueden mencionarse dos películas, Rosa de Francia (3), visión edulcorada y romántica de Luisa Isabel de Orleans, esposa del rey Luis I de España, que se rodó en Hollywood, en 1935. Ya de vuelta en España, escribió el guión y dirigió Eugenia de Montijo (1944) (4).
Cuando abordó al personaje de Santa Teresa en
su libro Entrevista con la Madre Teresa
de Jesús (5), justificó en unos párrafos previos su interés por este
personaje, pero velando el auténtico motivo y el momento en que tuvo contacto
con la figura de la santa de Ávila. En esas líneas preliminares, López Rubio daba
a entender que su curiosidad por ella nació como resultado de un encargo de
cierta revista histórica para “entrevistar” a varios personajes, entre ellos, a
la Madre Teresa. Es verdad, pero no es toda la verdad. Éramos contados con los
dedos de una mano quienes la sabíamos, y a mí me prohibió que la relatara mientras él viviera. Pero una vez que ya se
encontrará en la otra orilla, cara a
cara con Teresa de Cepeda y Ahumada, me siento liberado del silencio impuesto.
Allá por los años cincuenta del pasado siglo,
José López Rubio estableció su residencia casi constante en el Hotel Victoria
Palace de San Lorenzo de El Escorial. Su
contacto con agustinos del Real Monasterio y del Real Colegio Universitario
María Cristina fue casi constante, pues había sido antiguo alumno de ellos, en
su lejano bachillerato en el Colegio San Pablo de la calle Valverde madrileña. Estableció
nuevas relaciones y uno de estos, el P. Licinio González, lo condujo al convento
de carmelitas descalzas de San José, en Ávila. De aquellas visitas frecuentes (6)
surgió la amistad con la priora, Madre Antonia del Espíritu Santo. Las
conversaciones con ella en el locutorio versaron sobre cierta crisis espiritual
que el escritor sufría. La Madre Antonia le presentó al carmelita Lucinio
Ruano, hombre inteligente y cultivado, que pasaba unos días en Ávila, y ambos
lo encaminaron al Desierto de San José de Batuecas, cercano a La Alberca
(Salamanca) con cartas de recomendación. Y allí se marchó, sin previo aviso, a
primeros de agosto de 1967. Lo recibió el prior, P. Matías del Niño Jesús,
quien años más tarde refirió sus impresiones en un artículo, tras la muerte del
escritor:
“Yo
le admití con la sorpresa de quien recibe a un elegante señor que presenta
cartas recomendaticias [sic] de las monjas de Ávila y del padre Lucinio. Se
negó a ser alojado en la sencilla hospedería del monasterio, porque pretendía a
todo trance vivir la pobreza de la habitación de un fraile ermitaño y ocuparse
en los trabajos más humildes. Así se le concedió, con dificultad, tal
excepción. Lo primero que le encargué el primer día de su llegada fue barrer,
poniéndose un viejo mandil; poco después me dijo que era la primera vez que
cogía una escoba. Así inauguró sus trabajos monásticos con la mayor alegría.
Pero quería mucho más; fregar, limpiar los servicios, etcétera. Durante
veinticinco años desempeñó tales menesteres” (7)
A las pocas horas de su llegada se le hizo
vestir un atuendo muy modesto (“de barrendero”, pensó él), ocupar la celda número
13 dentro de la Comunidad y llamarse Fray José Mª de la Santísima Trinidad,
nombre con el que firmaría durante años sus cartas enviadas a Batuecas y los
textos que allí compuso. Esa primera estancia conventual de tres días, supuso
una inyección de entusiasmo desbordado y de gratitud reiterada en el escritor,
hasta el punto de que en el plazo de veinte días envía tres largas cartas al
prior que le había acogido, con los detalles de tan insólita admisión en aquel
escondido Carmelo:
“En
primer lugar, gracias. Infinitamente gracias. Emocionadamente, gracias. Gracias
por todo. Por cada bondad, por cada indulgencia, por cada minuto. Por haber
cedido tan pronto a mis pretensiones y haberme abierto de par en par la vida de
la Comunidad para que la compartiese casi hasta el fondo, casi enteramente […] Las
gentes, que ya estaban preocupadas por mi no explicada ausencia han advertido
el cambio y han querido adivinar las causas. Pero eran, por fortuna, tan
lejanas que no podían dar con ellas y cuando, por broma, di unas cuantas
referencias impares de los sitios en que había podido estar, todos de muy
diversa índole, el verdadero resultaba uno de los más inadmisibles. Un padre
agustino, muy amigo, intrigado por lo que él consideró mi cambio en tres días
de ausencia, me dijo, creyendo hallar una razón: “Tú te has enamorado”. No iba
muy descaminado, en el fondo. Lo que no podía presumir era de qué clase de
Amor. […] Temo que voy a pasar las horas muertas pensando en las horas vivas.
Vuestra Reverencia quizá no pueda comprender cuánto le debo en mi búsqueda y lo
que estos tres días han sido para un servidor, la huella que han dejado en mi
alma y la alegría de que me han llenado […] Ya le hablaré, mi Reverendo Padre,
de mis motivos, de mis ansias y de mis inquietudes. De mi sed, en una palabra.
Hoy, por el momento, bastará lo agradecido que estoy a Vuestra Reverencia con
todo el corazón. Me ha dado más, mucho más de lo que se ha dado nunca a nadie
de mis circunstancias. No sé por qué ni si lo sabe tampoco Vuestra Reverencia.
Tal vez las cartas de que era portador hicieron el milagro. El caso es que no
creo que nadie –nadie o muy pocos-, pueda contar lo que yo pudiera contar y en
mi más gozoso secreto. Es inexplicable cómo fue cediendo Vuestra Reverencia a
lo que casi planteé con aire de exigencia, cómo pasé de la hospedería a la
celda; del comedor al refectorio; de mi ropa a la de pobre y al santo hábito
después […] Estudio la Regla, que empecé a leer en mi celda, de la que aprendí formas y usos, a más de lo que tengo
que aprender, que es mucho y habrá que grabármelo con sangre si es preciso.
Verdad es que para tres días no puedo decir que no he avanzado, pero miro lo
que me falta en todos sentidos y la dureza que habrá que emplear conmigo,
teniendo en cuenta que soy un caballo viejo, lleno de mañas y resabios, pronto
a encabritarse con el menor motivo, hecho a todos los halagos, soberbio e
impaciente, al que hay que domar” (13 de agosto de 1967).
Esta primera carta manuscrita resulta muy
valiosa por varios motivos: el peregrino desconoce el contenido de las cartas
de presentación, lo acogen en la hospedería como es habitual, pero exige
respetuosamente vivir dentro de la Comunidad, como un fraile más y su demanda
es atendida, regresa a Madrid eufórico, consolado en su atormentado espíritu,
agradecido y, finalmente, quedan sin desvelar sus proyectos futuros de una
posible vocación. Su segunda carta, tres días más tarde, vuelve sobre la
felicidad obtenida en esos tres días austeros en la reflexión, en la oración,
en las bajas labores encomendadas. El dolor de la despedida, que le hace
detener el coche en La Alberca, una nostalgia que se va haciendo más fuerte
según se aleja, su anecdótica parada en Alba de Tormes, el anhelo por volver
cuanto antes: “Contento de poder ir encontrando, poco a poco, por esa vía de la
penitencia que le pido que extreme en mí, al Dios que busco y que me falla por
la inteligencia y la razón, cuando se puede ir a Él por el Amor, pagando todo
lo que sea preciso en la práctica de unas virtudes de las que he estado siempre
lejano” (16 de agosto de 1967).
Pero pronto llega un jarro de agua fría.
Enterado el P. Provincial de que había sido admitido como un miembro más de la
Comunidad, en vez de alojarse en la hospedería, indicó al Prior que no se
habían seguido las normas constitucionales de la Orden y/o del propio Desierto
para admitir como postulante a quien todavía no lo era ni había solicitado
serlo. Se trataba de un huésped que iba allí para retirarse unos días y como
tal había de ser tratado, albergado en la hospedería y atendido cristianamente.
El buen Prior de Batuecas debió de quedar consternado, pues su amigo el P.
Lucinio, coincide con el P. Provincial, en una carta clarividente del 23 de
agosto de 1967:
“Del
asunto de D. José López Rubio ya le habrá informado también en nombre mío la
Madre Priora de san José. Cuando ella y yo le escribimos a V. R. por conducto
personal del interesado, francamente pensamos en un caso normal de estudio de
la propia vocación. Después hemos descubierto que es totalmente irrealizable lo
que dicho señor pretende, a menos que cambie en ciento ochenta grados la
dirección de su vida y de sus muchísimos compromisos con la vida social y de
arte en que anda implicadísimo. Por lo menos, no lo creemos apto para convivir
en Comunidad como un religioso más. Me alegro de que N. P. Provincial haya
tomado la iniciativa en este caso. V. R. respáldese en esta decisión. Si D.
José quiere hacer unos días de retiro por su cuenta, ya sería otra cosa […] Yo
personalmente estimo que no se trata de una vocación sino de una crisis de
soledad y de experiencia fuertes en un escritor aturdido por la vida moderna y
viajes y hasta con curiosidad de tenernos inéditos para sus creaciones
literarias. Esto último se lo digo con absoluta reserva y confiado a su
prudencia. No vi en este señor base de vida cristiana, ni de auténtica
conversión ni fundamento de vida sacramental suficientes para tomar en serio su
primero e impulsivo ensayo. A mí me cogió de sorpresa la invitación de la M.
Priora y en la primera y atolondrada entrevista, dirigida exclusivamente a
facilitarle su admisión ahí, en las Batuecas, no tuve tiempo ni de
reflexionar.”
Cuando el escritor recibe las condiciones que
regirán en adelante sus ocasionales estancias en Batuecas, responde con dos
cartas. La primera, de siete páginas mecanografiadas, recoge todo su dolor, su
desconsuelo. Se le ha desvanecido un sueño. Se siente “expulsado” de un espacio
y una compañía fraterna y silenciosa que tanto bien hicieron a su espíritu,
hasta el punto de considerarlos su casa y su familia. Le apena que el Prior
haya sido reprendido por su condescendencia. Considera que fue providencial su
viaje a Batuecas, pues de haber buscado un monasterio próximo y confortable,
tenía a un tiro de piedra el Real Monasterio del Escorial, donde los agustinos
lo habían invitado y alojado en numerosas ocasiones con toda clase de
atenciones. Pero él buscaba otra cosa: una penitencia, un anonimato y una
búsqueda. En esta larga carta, López Rubio se manifiesta como un náufrago a la
deriva. Está muy triste, pero dispuesto a obedecer, como si se tratase de una
prueba. Su retiro allí ha significado mucho para él: arrepentimiento de sus
muchas faltas cometidas, encuentro con un mundo donde se le considera igual a
los otros (ni más ni menos), la posibilidad de leer, meditar, reflexionar en
los errores pasados y sentir que, poco a poco, se va a aproximando a un Dios al
que no acaba de encontrar pero que vislumbra en la vida mortificada,
paupérrima, abnegada, espiritual de aquellos ermitaños carmelitas. Por tanto,
volverá a Batuecas para obedecer en todo punto a “su” queridísimo Prior. Y éste
opta por lo más práctico: seguir considerándolo un miembro de la Comunidad en
calidad de hermano lego, en el uso de celda con tarima para dormir y duro leño
por almohada, la túnica del hábito sin escapulario, desgastadas sandalias, cilicio
de alambres y disciplinas de cáñamo, ocupándolo en las tareas serviles que pide
hacer: fregar suelos, lavar los platos de la comida, limpiar retretes, servir
la comida a algún posible residente en la hospedería, ayudar a Misa, aunque
separado de los frailes en el coro y el comedor. El Padre Matías antepone el
bien de un alma a lo que digan las normas, la compasión a la intransigencia.
Pero, eso sí, con mil cautelas, de modo que nunca coincidan sus jornadas con
ningún otro fraile de la Orden. Tras su segunda estancia, López Rubio le
escribe en carta del 8 de diciembre de 1967:
“Una
mañana, mi buen Padre Maestro [el P. Tarsicio], cuya redonda y vehemente Fe
tanto envidio, vino a mi querida celda a preguntarme por qué, en la capilla, no
me acercaba al Sacramento de la Eucaristía.
Vuestra
Reverencia se dará cuenta de que no estoy maduro para ello, de que no soy
digno, de que no he hecho una completa confesión de mis pecados de muchos años,
aunque esto no es lo más grave de todo. Lo que necesito es ir de verdad, hasta
lo más íntimo, hecha “mi unión con Dios”, que tanto persigo.
Vuestra
Reverencia no aprobaría una Comunión en estas condiciones. Y si yo, por no
desentonar y no causar extrañeza, casi escándalo, y ser mejor considerado por
todos, hiciese una o varias Comuniones, estas Comuniones serían un pecado mucho
más grave que despreciable pueda ser a los ojos de la Comunidad mi negativa a
acercarme al sacramento.
Me
interesa conocer la opinión de Su Reverencia, y su prudente consejo. Yo no
quiero fingir. Echo por delante lo que soy. Pongo mi voluntad y con ella llamo
a las puertas de la Clausura. Sepan que acogen a un pecador y a un hombre que,
nacido en el seno de la Iglesia, educado cristianamente, (ya dije que llevé el
santo Escapulario muchos años, y la correa de la Consolación), se ha
distanciado y aunque nunca ha sido descreído ni enemigo, se siente ajeno,
contra su voluntad, y desea fundirse con el Dios que por un tiempo ha perdido.
Considere Su Reverencia […] y dígame, francamente, por caridad, si en tales
condiciones puedo volver a mi
Convento.”
López Rubio lleva en absoluto secreto su
“incorporación” a la comunidad de ermitaños carmelitas. Sólo faltaría, pensaba
él, que sus amistades tomaran como extravagancia algo que él vive íntimamente.
Su timidez, su sentido del pudor y hasta su propia imagen pública están en las
antípodas de un “hermano lego” anónimo en un escondido valle al que se accede
por una escondida senda. López Rubio, entre todos los que le conocían (es
decir, miles de personas), gozaba de una merecida fama de persona cultivada,
cosmopolita, un hombre elegante, selecto, generoso. Un “bon vivant”, en el
mejor sentido del término. Quien se había codeado con estrellas de cine en
Hollywood y nombres del cine y del teatro español o de la literatura europea
(Chaplin, Gloria Swanson, Ava Gardner, Rita Hayworth, Ionesco, Edgar Neville,
Conchita Montes, Miguel Mihura, Dámaso Alonso y un inacabable etcétera) resultaba
imposible imaginarlo como anónimo hermano en un aislado monasterio. Hubiera
causado estupor, hilaridad, extrañeza, incredulidad. También entre sus amigos
agustinos. (8)
Entre estancia y estancia en su querido Santo
Desierto, al que continuamente recuerda emocionado en las cartas, López Rubio
realiza numerosísimas gestiones, encargos, compras, bien por encargo de los
carmelitas, bien por la adquisición y envío, voluntarios y generosos, de
libros, útiles de cocina o de mesa, aparejos para el huerto y las colmenas,
objetos reparados en Madrid, misales, leccionarios, libros, ocuparse de la
línea telefónica, etc., cumpliendo con creces su oficio de “demandadero”
conventual. Incluso alguna ayuda económica para seglar necesitado, que él hace
llegar anónimamente a través del prior. Este epistolario constituye un valioso
caudal para conocer no sólo la vida del Santo Desierto salmantino, sino la
biografía del escritor, dada la cantidad de datos que aporta. (9) El escritor reitera una y otra vez su
gratitud, su nostalgia por el convento, la felicidad de haber compartido días
con aquellos “hermanos”, su vacilante caminar por esta “escondida senda”: “Está
muy hondo todo lo que allí he vivido, gracias a Su Reverencia. Estoy muy pegado
a aquella Clausura. Me siento allí como si aquel fuera mi verdadero centro y no
hubiese otra vida. Como si aquello con lo que ando disfrazado, fuese mi ropa y
mi calzado. Como si aquello fuesen mis horas y aquellos mis trabajos” (14 de
noviembre de 1967). Por tanto, su integración física y espiritual en aquel
oculto Carmelo es cada vez mayor, según reitera, especialmente con énfasis a
sus arrepentimientos, sus deseos de enmienda, su necesidad de penitenciar, su
humillación. Por ejemplo, la asistencia a un Capítulo conventual donde
seguramente se acusó de algo en público y fue reprendido es recordada
refiriéndose a sí mismo en tercera persona:
“Cada
una de sus estancias ha sido más adentrada y profunda. No hay que olvidar el
Capítulo, cuya experiencia aún le oprime el corazón, y le ha dado no poco que
pensar, aparte de cuanto incorporación absoluta a la Comunidad supone. Le ha
venido muy bien verse abatido, expuestas sus faltas a la pública vergüenza.
Faltas en las que espera no volver a incurrir, pues la lección fue directa y
eficaz. Sólo fue leve la penitencia impuesta, en comparación con la culpa. Para
quien ha de rezar muchas oraciones durante el día, tres más, aunque sea con los
brazos en cruz, no suponen ni sacrificio ni humillación. En el Coro se me quedó
grabado esto, no sé si leído o escuchado (V. R. podrá resolver la duda y la
procedencia): Circuncidad vuestro
corazón. No endurezcáis vuestra cerviz. Hay quien necesita perentoriamente
que le fuercen a circuncidar su corazón y le obliguen a ablandar su cerviz,
poco sometida por lo general. Es el mayor bien que puede hacérsele, si se desea
hacerle algún bien” (Carta del 22 de diciembre de 1971). El P. Matías sigue
ejerciendo su papel de prior, de padre espiritual, al que López Rubio considera
como tal, sino como amigo y como “domador” de un hombre arrepentido que necesita
dominar sus propias pasiones: “Bien fácil es para V. R. domar tales
inclinaciones cuando me tiene, a veces, enteramente en sus manos, absolutamente
sumiso a su voluntad. La última vez se me escapó V. R. con un Aviso de N. S.
Padre. Puedo recordarle otra Cautela y es la de que voy al Convento para que me
labren y ejerciten, no para recibir, sólo, de modo imborrable, el calor y el
afecto de mis hermanos, que me hace más blandas mis estancias, en lugar de
aprender a padecer.” (Carta de 1971 sin más datación).
Sus lecturas preferidas en aquellos retiros
eran San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, aparte de los maestros
espirituales carmelitas que le iban poniendo en las manos. Queriendo o sin
querer, en sus cartas se percibe el estilo epistolar de Santa Teresa, cuando
menciona a una persona (“mi padre Efrén”), en las despedidas epistolares (“El
Señor me le guarde hasta entonces”). Es decir, que a finales de 1967, nuestro
autor comienza a familiarizarse con los escritos de Santa Teresa y de San Juan
de la Cruz. En aquel aislado convento-desierto escribió algunos poemas, algunos
conservados, como el siguiente soneto hasta ahora inédito:
“A LA PUERTA DEL SANTO
DESIERTO DE SAN JOSÉ
Deja aquí la ambición, deja
la guerra
que enciende el odio contra
tus hermanos.
Deja aquí la codicia de tus
manos.
Humilla tus rodillas en la
tierra.
Deja entre los zarzales de
esta sierra
La carne vil que tienta a los
humanos.
A un lado deja pensamientos
vanos
Y aprende todo cuanto aquí se
encierra.
Ambición, la de ser el más
puro y santo.
Guerra, para lograr todo el
anhelo.
Codicia, para lo que Dios da
tanto.
Carne, para los nudos del
flagelo.
Afán, para tu duelo y tu quebranto.
Avaricia, para ir ganando el
Cielo.
José María de Sma.
Trinidad
En el Jueves Santo
de Batuecas. 1969”
En el siguiente, caben vislumbrar los rasgos de
su estado espiritual: su anonadamiento, su negación, sus paradojas:
“DESIERTO DE BATUECAS
Tronco de Fe. Fragua
de Amor. Cerrada
soledad entre riscos
escondida.
Viva voz del
silencio, estremecida.
Negación con mil
pruebas afirmada.
Entrega, a cada
instante renovada.
Voluntad a
obediencia reducida.
Olvido de la carne
adolorida
y en el fondo la
nada. Todo y nada.
Alegría de no ser.
De darse entero.
Alegría de mirar
hacia la altura.
Alegría de sufrir.
Gozo colmado.
Desprecio de lo que
es perecedero.
Saber que se eligió
lo que perdura
en extremada unión
con el Amado.
José
María de la Santísima Trinidad
3-4-69”
Un poema en alejandrinos de verso blanco, que
se ha de fechar en los días siguientes a la llegada del hombre a la Luna, el 20
de julio de 1969:
"HUMILDE POEMA INSPIRADO
EN BATUCAS POR LAS CONQUISTAS DEL ESPACIO Y LAS HUELLAS DEL HOMBRE EN LA LUNA
Batuecas, dulce base de lanzamiento
alzado,
no a la Luna, más lejos, al cielo y al
Señor.
Instrucción extremada para otros
cielonautas
sin otro carburante que le fe puesta en
Dios,
traspasan las fronteras de esta vida
terrena,
para surcar la órbita inmensa del
Creador, a
y en rumbos de la mística contemplación
divina,
“adeizan” y se afirman más y más en su
Amor.
En el Ser infinito principio y fin de
todo,
Misterio de misterios, Rey, Padre y
Salvador,
en éxtasis de entrega, sedientos de su
gracia,
se humillan en el suelo, en constante
oración.
Con Dios viven y rezan, con Dios se
mortifican,
con Dios guardan silencio y renuncian
por Dios
al mundo que han dejado, y en amistad
fraterna
todos son uno mismo en Santa Comunión.
Si vuelven a la tierra, al posar en el
suelo
sus sandalias con polvo de estrellas y
de luz,
traen muestras de otros orbes, muestras que analizadas
dan mensaje de gozo, de esperanza, de
unión,
de paz, de Amor sublime, de felicidad
suma,
de santidad, de gloria, de eterna
salvación.
Dones preciosos todos, que en Batuecas
derrama
quien por nosotros Hombre se engendró
siendo Dios.
Y para el que en su busca hacia el
cielo se eleva
siguiendo la difícil senda de
perfección,
sembrada de asperezas, ansiando sus rigores,
amando sus espinas con todo el corazón,
rampa para el disparo de los más altos vuelos
Batuecas es la pista de nuestra redención."
Otro de ellos reflejará su lucha personal, a
veces sin triunfos duraderos en la búsqueda de Dios, a causa de su frágil
voluntad. Un soneto con ecos de Lope de Vega (al que tan bien conocía y
admiraba) con ese toque sanjuanista
(“eres ido”), poema que evidencia su debate entre la realidad y el deseo, en frase cernudiana:
“¿Por qué, Señor, apenas
presentido,
Te me vas en un soplo
misterioso
Y te vuelvo a perder,
desvanecido,
En la nube de un sueño
vaporoso?
¿Por qué, cuando te siento ya
prendido,
Escapas a la llama de mi
acoso,
Dejándome sin punto de
reposo,
Y te intento, Señor, y ya
“eres ido”?
¿O soy yo el que te aparta de
mi lado
Con algún turbio giro de mi
mente
Y el torpe remudar de mi
pecado?
Soy yo, Señor, sin duda, el
que te aleja.
Soy yo el que con mis culpas
te hago ausente.
Soy yo la sola causa de mi
queja.
José
María
Batuecas,
1978”
“SONETO LOCO DE AMOR, que compuso el simple Hermano José
María de la Santísima Trinidad, lego demandadero del Santo Desierto de San José
de Batuecas, un día antes de volver, lleno de gozo, desde tierras de
Guadarrama, a su Monasterio
AMOR, AMOR, AMOR, el
alma en celo.
Amor, Amor, el alma
estremecida.
Amor, a punto de
sangrar la herida.
Sueño de Amor en
senda de Carmelo.
Llama de Amor en
busca de consuelo.
Amor, a punto de
costar la vida.
Amor, Amor, el alma
en la partida.
Amor, Amor, Amor,
Amor: Anhelo.
Pido al pie de tu
Cruz, acongojado,
Perdón, Señor, por
todo lo pecado
Y echo a Tus pies
Amor en la porfía.
Amor, hilo de Fe de
quien te adora.
Amor, sin ver tu
Luz, ansia de Aurora.
Amor, que espera,
Amor, hallarte un día.
LAUS
DEO”
Arrepentimiento,
congoja, consuelo, oscuridad y búsqueda del amanecer de la fe. Contraposiciones
frecuentes entre las tinieblas del mundo y la luz del valle carmelitano.
“SONETO POBRE QUE
ENJARETÓ EL SIMPLE HERMANO JOSE MARÍA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, SIERVO DEL
SANTO DESIERTO DE SAN JOSÉ DE BATUECAS, ENTRE TAREA Y TAREA, ALLÁ EN EL VALLE
He vuelto. ¿Qué
poder, qué misterioso
imán tiene, mi
santo, tu Desierto?
¿Qué vida, cuando
llego casi muerto?
¿Qué luz, después de
un mundo tenebroso?
¿Qué sosiego a mis
ansias de reposo?
¿Qué brasa para mi
corazón yerto?
¿Qué agua para regar
mi seco huerto?
¿Qué miel para
endulzar mi amargo poso?
Todo, mi Santo, en
tu escondido valle
me das, sin
restricción, medida y tasa
siempre que ayune,
piense, rece y calle.
Todo, esperanza,
amor, paz y consuelo.
Si busco a Dios,
ejemplo, templo y casa.
Si encuentro a Dios,
las alas para el cielo.
LAUS DEO”
“SONETO ANSIOSO QUE MAL
COMPUSO EL SIMPLE Hº JOSÉ Mª DE LA STMA. TRINIDAD, LEGO DESCALZO DE S. JOSÉ DE
LAS BATUECAS, EN UNA SEMANA STA. DE N. SEÑOR
No me pesa el sayal y
su aspereza;
tiene las suavidades de
la espuma.
El cilicio es el roce
de una pluma,
la descalcez, una sin
par tibieza.
Obediencia, rigor,
pena, pobreza,
ayuno, castidad, nada
me abruma.
Silencio y oración son
dicha suma,
oficio humilde,
singular nobleza.
Dame, pues, San José,
pruebas mayores
que estas con que me
acoge tu desierto;
hazme sentir castigos y
dolores.
Vuelve a quitarme,
Padre, te lo ruego,
la vida que me brindas
cuando muerto,
a llamar a tus santas
puertas llego.
LAUS DEO”
Muchos
pesares tenía que sentir en su ánimo, un lastre del que deshacerse para el encuentro
con Dios. Sabe que ha escogido, aunque sea por pocos días, el camino acertado.
Pero mucho todavía tiene que purgar del pasado. “Vanitas vanitatis, et omnia
vanitas”, queda lejos de la paz de este desierto.
“SONETO QUE COMPUSO EL
SIMPLE HERMANO JOSÉ MARÍA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, SIERVO EN EL SANTO DESIERTO
DE LAS BATUECAS, UNA VEZ QUE IBA DE JORNADA HACIA ALBA DE TORMES Y ÁVILA DE LOS
CABALLEROS, TIERRAS DE NUESTRA SANTA MADRE TERESA DE JESÚS
Aquí he aprendido
cuanto no sabía:
que hay más, y más,
y más, que lo soñado;
que el mundo
encierra un mundo insospechado,
que empieza cuando
apenas nace el día.
Sé una nueva raíz de
la alegría,
sé lo que debe
abandonarse a un lado,
sé lo que es
confundirse en el Amado
y la luz que se
esconde en la agonía.
Que cabe inmenso
gozo en un gemido
y la esperanza en
una campanada.
La caricia de
espinas de un tejido,
la blandura de un
leño de almohada,
la dimensión
profunda del olvido
y lo llena que puede
estar la nada.
LAUS
DEO”
En 1970, Santa Teresa de Jesús es proclamada
Doctora de la Iglesia. El semanario Blanco
y Negro encarga a López Rubio un amplio reportaje donde él escribe
bellísimos textos ilustrando las treinta y una fotografías de Pérez Vaquero,
con párrafos de la propia Santa Teresa (10 de octubre). Durante un coloquio en
Televisión Española, nuestro autor declaró: “Los santos asustan un poco. Bueno,
mejor sería decir que imponen, por su austeridad, por su grandeza, por su
magisterio, por la sangre de su martirio. La compañía de un santo ha de ser
anonadante. Santa Teresa tiene un singular encanto de santidad que la hace
incomparablemente atractiva. Casi –y sin casi-, cautivadora. Algunas de las
infinitas cualidades que señala en su personalidad nuestro Padre Efrén, su más
absoluto biógrafo, que tenemos aquí con nosotros, bastan para dejarnos ganar
por ella: su forma desmelenada, su desafeite, su donaire, su humor, su gracejo,
su vivacidad humana, su ironía, su aguijón, nos la hacen personalmente asequible,
amigable y deseable… Este estilo no es sino el reflejo de una personalidad
fuera de serie. Santa Teresa escribió confidencialmente. No para buscar el
éxito literario en el público. Escribió cartas y dictados. Todo cuanto escribía
tuvo su particular destinatario. Escribió a lo llano, a lo directo y eficaz,
sin ánimo de asombrar con primores. Escribió como era y esa sinceridad, sin
máscara y sin adorno, nos la hace familiar y próxima”. Ese mismo año, la editorial Prensa Española
decide traducir al español la colección italiana de veinte volúmenes GIGANTES
DE LA LITERATURA UNIVERSAL, donde sólo figuraba Cervantes. Se le encargó a
López Rubio dirigir la versión española de la misma colección cambiando cinco
de ellos por autores españoles. El eligió a Santa Teresa, Lope de Vega,
Quevedo, Zorrilla y Galdós. Nuestro autor se dedicó de lleno a ello y se esmeró
en escribir y seleccionar textos antológicos, bibliografía, filmografía,
iconografía, etc. de cada uno de ellos.
En 1980, y a petición de las monjas carmelitas
descalzas de Ciudad-Rodrigo, López Rubio les escribe un “paso” navideño,
titulado La huelga de las pastoras,
para ser representado por ellas mismas. (10) Se trata de un breve texto teatral
en verso, en el cual unas pastoras deciden crear un sindicato de protesta
porque en los “belenes” sólo se incluyen a pastores-hombres, cuando ellas
tienen el mismo derecho. Deliciosa obrita muy en la línea de aquellos célebres
“autos” navideños de Juan del Encina y Lucas Fernández y que en nada desdice
del resto de las comedias de López Rubio.
Uno de los personajes, en cierto modo
emparentado con el Carmelo, fue Doña Catalina de Cardona (1519-1577), la
extraña “buena mujer”, cuya fama se hizo célebre en el reinado de Felipe II. De
origen noble y bastardo, acabó siendo ermitaña aunque vestida de fraile
carmelita y fundando un convento. Un personaje insólito a quien Santa Teresa,
según ella misma dice, no llegó a conocer personalmente. Sobre ella, también
publicó López Rubio un amplio artículo, con la ayuda de la biblioteca del
Desierto salmantino y del Escorial. Le asombraba y le acercaba al personaje
aquella vida de mortificación extrema de la ermitaña. (11)
Todo el esmero lo pondrá en su libro más
“carmelitano”: Entrevista con la Madre
Teresa de Jesús, antes mencionado. No es una antología ni una biografía de
la santa. Es una entrevista en el más puro estilo periodístico, tomando la
palabra de Santa Teresa de sus más de seiscientas cartas (“que era el
complemento de su habla y la parte más íntima y viva de su obra”, cf. pág. 133)
y sus prólogos, escritos donde ella aparece más natural, espontánea, garbosa.
Se trata de una taracea muy hábil en las preguntas, las respuestas, las
alusiones, los silencios, los giros, confeccionada por un dramaturgo conocido y
valorado, precisamente, por los
excelentes diálogos de sus comedias, que se enfrenta a un personaje por el que
siente devoción y admiración. En una palabra, un diálogo entre “ingenios”. El
entrevistador, conocido por sus comedias de sutil humor (al que Azorín calificó
como “delicado ironista” en la dedicatoria de un libro), juega al ajedrez verbal
con una mujer y escritora experimentada. Por eso, cuando él la lleva al terreno
de la aspereza del hábito de jerga, ella le invita a probarlo. Y cuando al
periodista le sorprenda que barrer produce contento, la anciana priora le
sugiere que pruebe a hacerlo. Es, a la luz de los documentos que aportamos, el
encuentro entre el “discípulo” y la “maestra”.
Resulta muy difícil concluir nada en el
itinerario espiritual-carmelitano de López Rubio por tratarse de un asunto
íntimo que sólo revelaría a muy contados sacerdotes, seguramente en
conversaciones privadas dentro y fuera del secreto de confesión. Por ello, sólo
cabe establecer un juego de coordenadas para comprender medianamente el inicio
y final de su escondida senda.
En la década de los sesenta, López Rubio sólo
estrena tres comedias. Su creación dramática va disminuyendo, sea por falta de
creatividad, sea porque en el teatro español vienen estableciéndose autores con
temática más social: Buero Vallejo, Lauro Olmo, Alfonso Sastre, Martín
Recuerda, y muchos más. El mismo me reconocía que “otra” generación estaba
tomando la antorcha. También disminuye el número de sus traducciones de obras
extranjeras. Menos estrenos, menos ingresos.
Su soledad física y familiar, en gran parte
elegida, que le llevó a permanecer soltero. Muchos amigos, muchos contactos,
pero al final, se hallaba solo frente a sí mismo. Una vida llena de
compromisos, reuniones, viajes… para descubrir que, a la hora de la verdad, se
encuentra como los versos de Lope de Vega: “A mis soledades voy/ de mis
soledades vengo…”. Una vida rodeada de comodidades y caprichos, para resumir
con más de sesenta años que la felicidad se puede encontrar viviendo
austeramente y en comunidad religiosa (tanto de monjas como de frailes). En
algo pudieron contribuir también sus ratos compartidos con los agustinos
(ceremonias religiosas, tertulias…), pues era invitado a las tomas de hábito,
emisión de votos y primeras misas. Siempre le intrigaron mucho los vericuetos
de la vocación religiosa y sacerdotal de aquellos jóvenes que él trataba.
Sus lecturas muy frecuentadas son Lope de Vega
y Miguel de Unamuno, ambos atormentados por la búsqueda de Dios, encontrándose
indigno de sus votos sacerdotales (Lope) o de ese “Dios que no existe”, que
tanto angustiaba al segundo.
Al poco tiempo de comenzar sus viajes a
Batuecas, el escritor se ve empujado progresivamente a nuevos cargos y encargos
literarios: es elegido Presidente del Consejo Internacional de Autores
Dramáticos (1970), lo que le obligará a viajes de congresos o estrenos de obras
suyas en Estados Unidos, Consejero Delegado General de la SGAE, artículos en
prensa periódica, le solicitan para coordinar libros, doblajes de películas al
español, y tiene que cambiarse de domicilio con el trastorno de mover libros,
ropas, muebles, etc. Abandona la habitación que ocupaba en el Hotel Victoria
del Escorial para limitar gastos. Durante esos años intenta situar (por venta o
por cesión temporal) su inmensa colección de obras teatrales adquiridas desde
la juventud y cientos de miles de fichas sobre la historia del teatro español.
Hace ofertas al Instituto del Teatro de Barcelona, a la SGAE, a la Fundación
Juan March, al Ministerio… dedicando muchos días a ese proyecto. Su ingreso en
la Real Academia Española (1983) redoblará sus compromisos. La agitada vida
que, para un hombre de su edad, lleva en Madrid, viéndose obligado a reuniones,
almuerzos, cenas, homenajes, conferencias, estrenos… le hacía añorar, no sin
razón, el remanso del cenobio salmanticense. Sus viajes al Desierto se espacian
a causa de esos vaivenes y sus propios achaques de la edad, que van en aumento:
la artritis reumatoide que le impide las genuflexiones en los oficios
religiosos, así como un par de isquemias cerebrales, que acabaron en ingresos
hospitalarios. Cada vez conduce menos y terminará por vender el coche. Demasiado
tarde para acudir al cenobio con la frecuencia deseable y expresada en sus
cartas.
José López Rubio, con el autor de estas líneas, en su última residencia (1995)
José López Rubio, con el autor de estas líneas, en su última residencia (1995)
Yo fui depositario de sus confidencias “carmelitanas” y puedo afirmar que nunca me confesó querer abandonar definitivamente la vida en Madrid para convertirse en un ermitaño. Volvía renovado de sus días allí, pero dudo que hasta el punto de querer instalarse para siempre en aquella Comunidad. ¿Practicaba oraciones y disciplinas, calzaba sandalias, como alude en alguna de sus cartas al prior? No me consta. Es posible, porque así lo manifiesta en las cartas. ¿Frecuentaba los sacramentos, la Eucaristía dominical viviendo tan cerca de los carmelitas de la Plaza de España? No lo creo. Me lo hubiera comentado.
Mantuvo bastante lucidez, a ratos nublada por
falta de riego cerebral, hasta el último momento de su vida. Un mes antes de
fallecer, el periodista Domi del Postigo lo entrevistó para El País Semanal. Respondió a todo con
perfecta lucidez. La última pregunta fue: “Don José, ¿usted cree en Dios?”.
Serenamente contestó: “No”. Yo, que estaba presente, me quedé estupefacto.
Si las cartas son el elemento de las
confidencias más sinceras de un personaje, como el autor solía afirmar con
frecuencia al preparar sus “entrevistas imaginarias” a Santa Teresa, Felipe II,
Lope de Vega, Pérez Galdós (pues la que preparaba a Góngora quedó en proyecto), las del propio
López Rubio al monasterio de Batuecas, también lo retratan a él. Al menos, para
mostrar la porfía de un hombre que anduvo “siempre buscando a Dios entre la
niebla” (Antonio Machado). Hasta el momento de su muerte ignoró que Dios lo
aceptaba, lo perdonaba y lo quería tal como él era.
José
Mª Torrijos
1 Juana de
Lorena, de Maxwell Anderson y El
cardenal de España, de Henry de Montherlant.
2 La serie, titulada Mujeres insólitas, trataba a Juana la Loca, Lucrecia Borgia, Inés
de Castro, Ana Bolena, Teresa Cabarrús, Catalina de Erauso, Lola Montes, Sor
Mariana Alcoforado, la princesa de Éboli… La serie fue producida por TVE,
aunque no se rodó completa, y ofrecía una imagen personalísima desde cada una
de ellas, no exenta de humor.
3 La película fue un encargo que le hizo la FOX FILM
CORPORATION a López Rubio, autor del guión y director. Contó con un reparto de
lujo: Rosita Díaz Gimeno, Julio Peña, Antonio Moreno, Enrique de Rosas, etc.
4 Esta fue una de las
primeras superproducciones rodadas en España tras la guerra civil. Producida
por CEA e interpretada por Amparo Rivelles, Jesús Tordesillas, Guillermo Marín,
Carmen Cobeña, Fernando Rey, Luis Peña, Ricardo Calvo, etc. Los decorados, obra
del gran escenógrafo Luis Santamaría, reproducían fielmente el interior del
palacio de las Tullerías. Para documentarse, López Rubio adquirió medio
centenar de libros sobre el personaje, en español y francés, principalmente.
5. Madrid, BAC Minor, 1982.
La segunda edición es, con el mismo título, en Sial Ediciones, Madrid, 2015,
introducción de José Mª Torrijos.
6 Durante los años setenta,
yo mismo lo acompañé varias veces a los conventos de Ávila (cuando llevaba
dulces, conservas, quesos… y hasta una plancha), de Salamanca, de San Lorenzo
del Escorial. De las monjas carmelitas admiraba su sencillez, su cultura, su
estilo epistolar y una elegancia espiritual que López Rubio achacaba a la clase
social de sus orígenes familiares de clases acomodadas. Recordaba que, en su
primera visita a uno de los conventos, una religiosa le recordó que había
asistido a una representación de su comedia Celos
del aire, en Madrid, antes de hacerse monja. El aprecio de las carmelitas
de San José de Ávila por el que consideraban su “hermano”, que alguna vez pudo
entrar en la clausura para visitar la celda de Santa Teresa está referido por
Fernando Lázaro Carreter (“La Madre
Teresa”, ABC, 15/01/1983).
7 El artículo, firmado con
el nombre civil del P. Matías (Florencio Matilla Rengel), es interesantísimo
como testimonio directo y aunque describe de manera inexacta los últimos
momentos del escritor (pues el fraile escribe de oídas, desde Batuecas), merece
la pena leerse entero, en ABC (7 de abril de 1996). El P. Matías, poco antes de
morir, me envió fotocopiadas todas las cartas de López Rubio a él y a otros,
cuyos originales se conservan ahora en el Archivo de los carmelitas en Plaza de
España, de Madrid. La carta cerrada de presentación que llevaba nuestro
escritor (y cuyo contenido él nunca conoció), firmada por fray Lucinio al prior
de Batuecas, avisa y orienta que “este señor” [sic] parece tener vocación pero
dada su edad, no resultaría conveniente enviarlo, sin más, a cualquiera de los
noviciados de la Orden”. Le sugiere que
lo acoja, aclarando: “Yo, en realidad, ignoro el verdadero clima
espiritual de este señor, así como los antecedentes sociales y vocacionales suyos.
Él le expondrá a V. R. con mayor detalle sus verdaderas intenciones y sus
pretensiones para estos dos días, en que quisiera probar hasta las últimas
consecuencias nuestra vida. Quiere, incluso, que lo vistan de criado o de
Hermano y le encomienden los servicios más trabajosos y humildes. V. R., con su
experiencia larga de formador de novicios, incluso adultos, podrá determinar
mejor que nadie las ocupaciones y conducta más convenientes a este singular
postulante.” (Fechada en Avila, el 5 de
agosto de 1967). Yo conocí a López Rubio en el otoño de 1969, siendo nuestro
trato cortés aunque distante al principio. Hasta después de 1974, habiendo
forjado una amistad, no me habló de esa experiencia carmelitana, pidiéndome
reserva absoluta mientras viviera. Varias veces me expuso su deseo de ser incinerado,
encargándome llevar sus cenizas a Batuecas. Pero luego, temiendo que por falta
de vocaciones se cerrara aquel santo Desierto, me encomendó y fijó en su
testamento que las depositara en el panteón de sus padres, en el cementerio de
la Almudena, de Madrid, como así hice. Nunca agradeceré bastante al bondadoso
P. Matías que me facilitara tan extenso corpus epistolar, con algunos de los
poemas escritos por López Rubio. Son cartas escritas a mano y a máquina. Los
originales estarán en tinta marrón, color que el autor granadino usó desde sus
primeros tiempos en Hollywood, en 1930. Es una lástima que López Rubio no
conservara (seguramente las rompió, como tantas otras), las cartas del P. Matías.
Hubiera sido de gran valor establecer el diálogo epistolar de los dos.
8. En carta al Prior
batueco, del 20 de enero de 1969, comenta: “No pude negarme a la invitación de
mi buen amigo, el P. Provincial de los Agustinos del Escorial [P. Gabriel del
Estal], para asistir a la inauguración del Salón de Actos que han levantado en
su nuevo colegio de Avilés, y pronunciar allí unas palabras. A mí no me gusta
hablar en público, y rehúyo todas las exhibiciones que me proponen, pero de
esto no hubo modo de escabullirse.
Viví con la Comunidad y
ocupé las habitaciones del provincial. Y presidí las comidas en el refectorio.
Se lo cuento porque supongo que le hará gracia que me traten así, cuando por mi
gusto yo busco en otro sitio el ser el último, menos que nada, y hacer una vida
muy diferente a la que he hecho allá en Avilés. No faltó la broma corriente,
dada mi amistad y convivencia con la Orden Agustiniana, de cuándo me iban a dar
el hábito agustiniano. No sabían, ni saben, que hábito ya tengo uno remendado y
unas sandalias viejas y que si en un lado me siento amigo, rodeado del mejor
afecto, en otro quiero y procuro servir del modo más humilde, dejando de ser
quien soy. Entre los honores que unos me hacen, en un tono de simpática
confianza, y la austeridad con que se me trata en otro, yo prefiero este último
mil veces, sin dejar de agradecer, por otra parte, las atenciones que me
prodigan.”
9.- Por ejemplo, yo conocía su amistad con el
torero José Mata, pero ignoraba el siguiente detalle: “A V. R. y a mis Padres y
Hermanos quiero pedirles alguna oración por su alma. Era un buen creyente y ha
sido amortajado con nuestro Hábito del Carmen” (Carta del 19 de agosto de
1971). José Mata García fue un matador de toros canario (isla de La Palma,
1939- Villanueva de los Infantes, 1971) muerto a consecuencia de una cornada
que en esta última villa. López Rubio le
había ayudado en sus principios y le tenía mucho afecto.
10.- Esta obra se publicó
por vez primera como felicitación navideña del Colegio Mayor Elías Ahuja, en
1994, como un acto más para celebrar los veinticinco años de la fundación del
centro. El folleto incluye una fotografía de López Rubio con el grupo de
universitarios del Colegio Mayor, tras la representación de su comedia La otra orilla. Fue la última vez en la
que el escritor asistió a una función de teatro, antes de su muerte.
11.”La buena mujer. Peregrina historia de doña Catalina de Cardona”, Historia y Vida, nº 89, agosto de 1975.
No hay comentarios:
Publicar un comentario