SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

lunes, 24 de julio de 2017

LAS ESTAMPAS DE VILLENA

Las poesías de Fernando de Villena siempre me producen dos efectos convergentes: una invitación a reflexionar y una sensación de paz conmigo mismo. Su último libro, Estampas de vejecía (Barcelona, 2016), se inicia precisamente con una primera parte titulada "Serenidad". Pero nada más comenzar la lectura, sin saber por qué, me vino a la memoria ese último verso que, según parece, dejó incompleto Antonio Machado antes de morir: "Estos días azules y este sol de la infancia...". Poco podía imaginar que el recuerdo del poeta sevillano volvería en otras páginas a mi memoria hasta llegar a uno de sus últmos poemas, titulado "Luz y tiempo". El protagonista de estas páginas es, sin duda, el tiempo. El tiempo como duración, como vivencia personal, como caleidoscopio, donde abundan los recuerdos de esos instantes que vuelven a la memoria: personas, lugares, eventos reconocidos tal que las fotos antiguas de un álbum encontrado en el desván (las películas televisivas de los sábados, los desayunos dominicales con churros, las sesiones de cine llevado de la mano materna....). El tiempo es una especie de ángel de la guarda ineludible acompañando la vida del poeta, la noria que trae "golpe a golpe, verso a verso", cangilones llenos de personas, espacios, instantes, sensaciones, emociones, ideas. El tiempo, que hace rodar al hombre "así como a las piedras las va puliendo el mar". Y también, el "trastiempo" que aguarda inexorable hasta conducirnos junto al ser querido que nos precedió y nos espera, en "la Ítaca de Dios" sin necesidad de que el viento traiga su voz, rescatada del río de la muerte. 

Y la segunda palabra clave del libro es "vida". La vida, como un juego de la oca (bellísima alegoría) donde cada cual cumple con su destino aunque al final del juego se reencuentren todos. La vida, que nos cobra sus peajes "transformando nuestras vivas y helénicas estatuas/ en un raro derrumbre". Todos los clásicos poetas que en el mundo han considerado la vida como un estado transtorio, una itinerancia, esa mala noche en mala posada que sentenció Santa Teresa, por no recurrir una vez más al camino machadiano o al "vivir es caminar breve jornada" de Quevedo. En Villena encontramos esta bella imagen que dota de nuevo vestido a la tradicional metáfora: "Es la vida un pasillo que discurre/ entre la gran cortina del futuro/ y la amplia cristalera del pasado." Existencia del hombre como esa lluvia tenaz, ciega prisa de las aguas en busca del mar que ya Manrique nos definió. Y la vida posterior cuando el poeta regrese en las celindas, el azahar, las rosas de patios y plazas. Precisamente, plantas y flores que me deslumbraron cuando leí el primer poema de este autor: un soneto navideño donde identificaba al Niño Jesús con la flor de cada mes. Leer a Villena es recorrer un colorido y simbólico universo vegetal de plataneros, jazmines, galanes de noche, madreselvas, campanillas, palmeras, dompedros y un larguísimo etcétera.


Un leve simbolismo aparece, ocasionalmente, en los elementos de la naturaleza. El "olmo viejo" de Machado nos viene a la memoria en el poema "Recapitulación" cuando el poeta se siente, como castaños y nogales, con sus ramas también llenas de invierno. Igualmente cuando recuerda que fue joven y los viejos le parecían invisibles y ahora que es viejo, siente cómo los jóvenes "pasan junto a mí,/ como alegres bandadas de estorninos, tropeles de muchachos/ para quienes ya soy casi invisible". Inevitable recordar los últimos momentos del profesor Gustav von Aschenbach de MUERTE EN VENECIA, que Visconti trasladó al cine de modo magistral. La muerte de la belleza, la belleza de la muerte, ambas unidas en una naturaleza que no puede impedir ese destino fatal. De nada valen las endechas de los pájaros. Si el tiempo es un gran escultor (como tituló Marguerite Yourcenar un libro), su cincel irá desprendiendo lo que sobra: "Al fin descubres que te sobran muebles,/ que te sobran también bastantes libros,/que te sobra la ropa en los armarios/y que te sobran días". Ligero de equipaje, preparado como el marinero para echarse a la mar, porque nuevamente recordamos a Machado: "El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde".

1 comentario:

  1. Mil gracias por aproximarnos la obra de este magnífico poeta, mi querido Josemaría!

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