¿Qué pasa por la mente de un
niño enfermo de cáncer, ingresado en la planta de oncología infantil de un
hospital, y descubre que el trasplante de médula ha fracasado? ¿Qué
sentimientos posee un niño travieso que percibe la frustración del doctor Düsseldorf,
el miedo a la verdad que atenaza a sus propios padres, que no tiene ni ilusión
ni magia donde agarrarse pues Papá Noel son los padres y Dios no existe?
Mami Rosa, la voluntaria que lo visita dos veces por semana, primero capta su atención como ex luchadora de "pressing catch" y más tarde le ofrece un entretenimiento: escribir una carta diaria a Dios, a ese Dios que no existe. ”Oye mi ruego, Tú, Dios que no existes…”, comienza un soneto de Unamuno. La existencia de Dios es una experiencia personal, íntima, intransferible. Esas cartas harán que Dios exista, que lo conforte, lo escuche y lo atienda, siempre y cuando sus peticiones traspasen lo material. Dios se convierte en interlocutor necesario, idea que también era el eje unamuniano en SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR. No es un Dios teórico sino práctico. Es el “otro” protagonista de la historia. Y así comienzan esas catorce cartas (catorce estaciones de un Vía Crucis) en las que va despojándose de sus lastres y descubriendo el valor de la amistad con los otros niños de la planta (Palomitas, Bacon, Sarita…), el amor por Peggy Blue y la simpatía por los padres de ella, en sus similares circunstancias, la comprensión hacia sus padres, la propia aceptación de sus límites.
El juego le lleva a la historia de su infancia, su adolescencia, su primer amor, su primer desengaño, los celos, la madurez, la etapa adulta, la vejez... porque la enfermedad de Oscar le permite vivir todas las etapas de la vida de un ser humano a marchas forzadas. Escuchando sus cartas nos vienen a la memoria la ternura de un “Charlot” y la inteligencia de El principito. Pero advierto al espectador: lo esencial de cada una de esas misivas está en las postdatas, donde Oscar resume lo que realmente desea. Y gracias a Mami Rosa, su amiga, su cómplice, Oscar va sacando de sí mismo lo mejor que había dentro de él sin saberlo. “Quiero sacar de ti tu mejor tú”, leemos en célebre verso de Pedro Salinas. Se irá despojando de las capas de cebolla que lo aislaban del resto (Dios incluido) sin él saberlo. Las cartas son su catarsis porque el primer lector de una carta es su propio autor. A medida que avanzan las cartas del niño, Mami Rosa le propone otro juego: “envejecer” diez años cada 24 horas.
Mami Rosa, la voluntaria que lo visita dos veces por semana, primero capta su atención como ex luchadora de "pressing catch" y más tarde le ofrece un entretenimiento: escribir una carta diaria a Dios, a ese Dios que no existe. ”Oye mi ruego, Tú, Dios que no existes…”, comienza un soneto de Unamuno. La existencia de Dios es una experiencia personal, íntima, intransferible. Esas cartas harán que Dios exista, que lo conforte, lo escuche y lo atienda, siempre y cuando sus peticiones traspasen lo material. Dios se convierte en interlocutor necesario, idea que también era el eje unamuniano en SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR. No es un Dios teórico sino práctico. Es el “otro” protagonista de la historia. Y así comienzan esas catorce cartas (catorce estaciones de un Vía Crucis) en las que va despojándose de sus lastres y descubriendo el valor de la amistad con los otros niños de la planta (Palomitas, Bacon, Sarita…), el amor por Peggy Blue y la simpatía por los padres de ella, en sus similares circunstancias, la comprensión hacia sus padres, la propia aceptación de sus límites.
El juego le lleva a la historia de su infancia, su adolescencia, su primer amor, su primer desengaño, los celos, la madurez, la etapa adulta, la vejez... porque la enfermedad de Oscar le permite vivir todas las etapas de la vida de un ser humano a marchas forzadas. Escuchando sus cartas nos vienen a la memoria la ternura de un “Charlot” y la inteligencia de El principito. Pero advierto al espectador: lo esencial de cada una de esas misivas está en las postdatas, donde Oscar resume lo que realmente desea. Y gracias a Mami Rosa, su amiga, su cómplice, Oscar va sacando de sí mismo lo mejor que había dentro de él sin saberlo. “Quiero sacar de ti tu mejor tú”, leemos en célebre verso de Pedro Salinas. Se irá despojando de las capas de cebolla que lo aislaban del resto (Dios incluido) sin él saberlo. Las cartas son su catarsis porque el primer lector de una carta es su propio autor. A medida que avanzan las cartas del niño, Mami Rosa le propone otro juego: “envejecer” diez años cada 24 horas.
Éric-Emmanuel Schmitt, escritor
francés nacionalizado belga, había sido un joven rebelde y ateo práctico, que
alimentó su adolescencia con los jugos de la revolución del 68. Cerca de los
treinta años de edad, durante un viaje al Sahara vive una experiencia casi
mística. A partir de entonces escribe sin parar alcanzando un éxito inmediato
con novelas y obras de teatro. El señor
Ibrahim y las flores del Corán (2001) es convertida en cine dos años
después, interpretada por Omar Sharif en una versión que no me satisface. El
tema era el sufismo musulmán. Su libro siguiente será la novela Oscar y Mamie Rose llevada al cine por
su propio autor. El tema es el Dios del cristianismo. Anteriormente, había
publicado la novela Milarepa, acerca
del budismo, cuyo texto desconozco, pero que fue el origen de la idea de un
ciclo completado con El señor Ibrahim…,
El hijo de Noé sobre el judaísmo, El
sumo que no podía engordar sobre el budismo zen y Oscar…, que el propio autor definió como El ciclo de lo invisible, abordando a las religiones principales desde
una postura abierta, lejos de cualquier integrismo o catequesis, a veces
confiando su protagonismo a un niño (Oscar)
o a un adolecente (Momo en El señor
Ibrahim…). Como seres humanos más inocentes y permeables. Premiado y
aplaudido en todo el mundo, sin embargo, Smitt es muy poco conocido en España.
Oscar
o la felicidad de existir aparece en España en la traducción de
Juan José de Arteche, versionada, actualizada, y dirigida por Juan Carlos Pérez
de la Fuente, quien pone de relieve cuanto la obra tiene de actualidad. No sólo
por la enfermedad de cáncer infantil o por la situación de niños abandonados,
violentados, refugiados (Oscar somos todos a fin de cuentas), sino por su
carácter de monólogo dialógico. Si el teatro es un “juego”, la obra que se
representa es un homenaje al teatro: Mami Rosa representa un papel con un
nombre ficticio, los niños del hospital no usan sus nombres sino sus cariñosos
apodos como personajes de una comedia infantil. El protagonista, Oscar, va
escribiendo el libreto de cada uno. Y en su momento, sabrá hacer el mutis más
delicado para sus padres y su amiga y más generoso para “su” público, que somos
nosotros. Juan Carlos Pérez de la Fuente ha dirigido esta obra con muchísimo
cariño, mucha ternura, ya que sus circunstancias laborales y familiares le han
llevado a vivir la incomprensión, la injusticia, el dolor personal y el de los
enfermos de un hospital.
Naturalmente, para dar cuerpo
y voz a más de diez personajes creíbles, se necesitaba a una actriz versátil,
segura, dúctil, que Yolanda Ulloa encarna en estado de gracia. En su larga
carrera, tal vez sea este su trabajo más complejo, arriesgado y perfecto. El
equipo coordinado por Rosario Calleja ha cumplido a la perfección con una
música bellísima y sutil de Tuti Fernández, un vestuario sencillo y elocuente
de Liza Bassi. El espacio escénico ideado por el propio Pérez de la Fuente
vuelve a demostrar (como ya hizo en otras ocasiones), que además de un
extraordinario director de escena es un escenógrafo que vive con pasión la
búsqueda de sus escenarios. Un fondo de rectángulos a modo de retablo vacío, módulos
numerados como espejo de las cartas, sitúa cada tramo en ese “camino de
perfección”. Es una obra, en fin, que no deja indiferente al espectador.
Que un centro universitario apueste por un espacio teatral con su propia programación, ya debería ser noticia. Sólo cabe felicitar a UNIR (Universidad on line de La Rioja) por esta iniciativa.
Que un centro universitario apueste por un espacio teatral con su propia programación, ya debería ser noticia. Sólo cabe felicitar a UNIR (Universidad on line de La Rioja) por esta iniciativa.
Quiero terminar con las palabras
que un amigo ateo le dijo a Éric-Emmanuel Schmitt: “Aunque Dios no sea más que
ese servicio que el hombre inventa para el hombre, ya es bastante”.
Fotografías: Antonio Castro y
Nacho García-SweetMedia
TEATRO ARAPILES 16. Calle
Arapiles, 16. Metro: Quevedo.
Del 14 de enero al 25 de
febrero.
Jueves, viernes y sábados: 20
horas
Domingos: 19 horas
Venta de entradas:
https://www.atrapalo.com/entradas/
Gracias, Jose María, voy Air a verla con mi madre. Ya te comentaré.
ResponderEliminarMe ha encantado tu idea de Karavansar.
Un abrazo,
Marta Villacieros