SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 1 de abril de 2018

JESÚS, EL MISTERIO


Ningún ser humano ha ejercido tanta influencia en la Historia como Jesús de Nazaret. Su doctrina ha impregnado el pensamiento, la política, todas las ciencias y artes, la filosofía, la jurisprudencia, el calendario, etc. etc. Durante Semana Santa, en la mayoría de países católicos o hispanos, las calles se llenan de cofradías y hermandades de una imaginería riquísima y admirable que aún asombra a propios y extraños, sean creyentes o no. Navidad y Semana Santa lucen una iconografía casi infinita.


Sin embargo, el misterio esencial de la fe es la resurrección. Desde su nacimiento hasta su pasión y muerte, toda la vida de Jesús está encaminada a la resurrección. Es un misterio inexplicable e inexplicado por ser, precisamente, un misterio que ni la ciencia ni la razón pueden explicar de modo solvente.

Está clarísimo en los relatos evangélicos el desencanto, el miedo, la huida de sus discípulos en cuanto lo ven apresado, sentenciado y clavado en la cruz. Escapan corriendo de Getsemaní. Huyen por miedo hasta Galilea. El propio sucesor, Simón Pedro, lo había negado cuando Jesús era todavía un preso. Aquel grupo fiel de seguidores había esperado un reino, unas prebendas, unas garantías, un proyecto, que se vinieron abajo la noche del huerto de los olivos y los hechos posteriores. Y la muerte de su maestro en una condena a muerte ignominiosa, acabó de derribar sus ilusiones.


Pero otra novedad vuelve a zarandearlos: el sepulcro vacío. A partir del tercer día, tal como el propio Jesús había pronosticado, varios de esos seguidores, sufren una experiencia sorprendente: el nuevo encuentro con Jesús vivo inesperadamente para ellos: la primera, María Magdalena. Después, la mayoría de ellos (hombres y mujeres) irá pasando por esa misma vivencia. Lo curioso es que la aparición de Jesús resucitado no se hace en una forma reconocible a primera vista; así vemos en la propia Magdalena, en los discípulos que van camino de Emaús y admiten como compañero a un desconocido que va hasta la misma localidad. Cuando parta el pan en la posada es cuando lo reconocen. Tomás, el discípulo escéptico, también encuentra a Jesús Vivo. Y se expande la buena noticia entre los discípulos y los primeros cristianos: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos”. Es un hecho que ha sucedido realmente, no es producto de su fantasía ni de un acuerdo colectivo ni de una obsesión.


El encuentro con Jesús resucitado (fuese en la forma que fuese) produce un cambio de ciento ochenta grados en todos ellos. Un auténtico “schok”. Es Jesús pero no es el mismo Jesús. Es un Jesús “de otra manera”, diferente pero el mismo. Y eso produce un vuelco en el “testigo”. Una revolución interior tan fuerte que, en adelante, los cobardes se vuelven valientes, les hace comprender todo lo que habían escuchado sin entender al Maestro y los lleva a defender, propagar, predicar sus enseñanzas, ya sin importarles la pérdida de la vida a la que tan aferrados estaban hasta entonces. Y bien que pagaron con sangre esa conversión. (No sólo los primeros discípulos sino miles de cristianos a lo largo del Imperio. Daban la vida por otra Vida con absoluta fidelidad y convicción). A partir de esa “metanoia” (cambio) interna, ellos y las comunidades cristianas primitivas, así como la figura inconmensurable del converso Saulo de Tarso, comienzan a elaborar un corpus donde se recogen los dichos y hechos más o menos históricos, pero sí catequéticos, de Jesús de Nazaret. Y durante siglos, la Iglesia (“ekklesía”= asambea), irá aclarando, discutiendo, propagando su doctrina con el nombre de cristianismo.


El misterio de la resurrección de Jesús sigue siéndolo. No es una vuelta a su vida anterior en la tierra. No es la reanimación de un cadáver. No es el ciclo anual de dioses mitológicos.  Es una resurrección definitiva. Los primeros testimonios cristianos jamás confunden la resurrección de Jesús con lo que pudo ocurrirles, según los evangelios, a Lázaro, a la hija de Jairo o al muchacho de Naím. Jesús no ha vuelto a esta vida, sino a la Vida de Dios donde la muerte ya no le alcanza. Es un hecho inexplicable, a pesar de los ríos de tinta que han llenado páginas, explicando y hasta negando ese hecho. Para el cristiano, su resurrección consiste, primero, en una conversión a Jesús Resucitado, una brújula vital y, cuando llegue su propio día, en la participación de la Vida en la que Dios lo acoge. Jesús ha derrotado a la Muerte. El resto, el cuerpo humano, sólo será en adelante una carcasa, como la de un teléfono móvil estropeado.

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