Ningún ser
humano ha ejercido tanta influencia en la Historia como Jesús de Nazaret. Su
doctrina ha impregnado el pensamiento, la política, todas las ciencias y artes,
la filosofía, la jurisprudencia, el calendario, etc. etc. Durante Semana Santa,
en la mayoría de países católicos o hispanos, las calles se llenan de cofradías
y hermandades de una imaginería riquísima y admirable que aún asombra a propios
y extraños, sean creyentes o no. Navidad y Semana Santa lucen una iconografía
casi infinita.
Sin embargo,
el misterio esencial de la fe es la resurrección. Desde su nacimiento hasta su
pasión y muerte, toda la vida de Jesús está encaminada a la resurrección. Es un
misterio inexplicable e inexplicado por ser, precisamente, un misterio que ni
la ciencia ni la razón pueden explicar de modo solvente.
Está
clarísimo en los relatos evangélicos el desencanto, el miedo, la huida de sus
discípulos en cuanto lo ven apresado, sentenciado y clavado en la cruz. Escapan
corriendo de Getsemaní. Huyen por miedo hasta Galilea. El propio sucesor, Simón
Pedro, lo había negado cuando Jesús era todavía un preso. Aquel grupo fiel de seguidores
había esperado un reino, unas prebendas, unas garantías, un proyecto, que se
vinieron abajo la noche del huerto de los olivos y los hechos posteriores. Y la
muerte de su maestro en una condena a muerte ignominiosa, acabó de derribar sus
ilusiones.
Pero otra novedad vuelve a zarandearlos: el sepulcro vacío. A partir del
tercer día, tal como el propio Jesús había pronosticado, varios de esos
seguidores, sufren una experiencia sorprendente: el nuevo encuentro con Jesús vivo
inesperadamente para ellos: la primera, María Magdalena. Después, la mayoría de
ellos (hombres y mujeres) irá pasando por esa misma vivencia. Lo curioso es que la aparición de Jesús
resucitado no se hace en una forma reconocible a primera vista; así vemos en la
propia Magdalena, en los discípulos que van camino de Emaús y admiten como
compañero a un desconocido que va hasta la misma localidad. Cuando parta el pan
en la posada es cuando lo reconocen. Tomás, el discípulo escéptico, también encuentra a Jesús Vivo. Y se expande la buena noticia entre los
discípulos y los primeros cristianos: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los
muertos”. Es un hecho que ha sucedido realmente, no es producto de su fantasía
ni de un acuerdo colectivo ni de una obsesión.
El encuentro
con Jesús resucitado (fuese en la forma que fuese) produce un cambio de ciento
ochenta grados en todos ellos. Un auténtico “schok”. Es Jesús pero no es el
mismo Jesús. Es un Jesús “de otra manera”, diferente pero el mismo. Y eso
produce un vuelco en el “testigo”. Una revolución interior tan fuerte que, en
adelante, los cobardes se vuelven valientes, les hace comprender todo lo que habían escuchado sin entender al
Maestro y los lleva a defender, propagar, predicar sus enseñanzas, ya sin
importarles la pérdida de la vida a la que tan aferrados estaban hasta
entonces. Y bien que pagaron con sangre esa conversión. (No sólo los primeros
discípulos sino miles de cristianos a lo largo del Imperio. Daban la vida por
otra Vida con absoluta fidelidad y convicción). A partir de esa “metanoia”
(cambio) interna, ellos y las comunidades cristianas primitivas, así como la
figura inconmensurable del converso Saulo de Tarso, comienzan a elaborar un
corpus donde se recogen los dichos y hechos más o menos históricos, pero sí
catequéticos, de Jesús de Nazaret. Y durante siglos, la Iglesia (“ekklesía”=
asambea), irá aclarando, discutiendo, propagando su doctrina con el nombre de
cristianismo.
El misterio
de la resurrección de Jesús sigue siéndolo. No es una vuelta a su vida anterior
en la tierra. No es la reanimación de un cadáver. No es el ciclo anual de dioses mitológicos. Es una resurrección definitiva. Los primeros testimonios
cristianos jamás confunden la resurrección de Jesús con lo que pudo ocurrirles,
según los evangelios, a Lázaro, a la hija de Jairo o al muchacho de Naím. Jesús
no ha vuelto a esta vida, sino a la Vida de Dios donde la muerte ya no le alcanza.
Es un hecho inexplicable, a pesar de los ríos de tinta que han llenado páginas,
explicando y hasta negando ese hecho. Para el cristiano, su resurrección consiste,
primero, en una conversión a Jesús Resucitado, una brújula vital y, cuando llegue su propio día, en la
participación de la Vida en la que Dios lo acoge. Jesús ha derrotado a la
Muerte. El resto, el cuerpo humano, sólo será en adelante una carcasa, como la
de un teléfono móvil estropeado.
A la luz de Cristo resucitado, feliz Pascua.
ResponderEliminarA la luz de Cristo Resucitado, feliz Pascua.
ResponderEliminarEso es, una brújula vital.
ResponderEliminarMagnífico relato, impulso de nuestra Fe.
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