En los
primeros años ochenta del pasado siglo se editó La novela de un literato, obra en tres volúmenes de Rafael Cansinos
Assens, polígrafo de origen andaluz quien realizó una amplísima labor en Madrid
como autor, traductor, editor, partícipe en tertulias literarias, hasta que fue
depurado por el franquismo. La lectura de esa obra me descubrió muchos pliegues
y bastidores de la literatura española entre los siglos XIX y XX. Cansinos fue
también un personaje poliédrico imprescindible si se hiciera una serie
televisiva de aquel período.
El reloj de la vida (Ediciones Evohé, 2017) es la última
novela, por ahora, de Fernando de Villena, poeta y narrador granadino cuya obra
ya consta de un buen número de títulos que le sitúan entre los nombres de más
calidad en la literatura andaluza. En esta ocasión, toma la forma de “memorias”
autobiográficas de un imaginario poeta, Alfonso Linares, memorias que concluyen
en Guernica en junio de 1936 y que vuelve a ser editada por el profesor Antonio
Moscoso Martín. Alfonso Linares sólo había publicado un libro de versos, El reloj de la vida, de forma que estas
memorias vienen a cubrir un vacío sobre su persona: el humilde origen familiar
en la ciudad de Ronda, su precipitada marcha a Granada, después a Madrid, donde
pasará mil y una calamidades en la capital alternando tertulias y redacciones para
desarrollar un alma autodidacta y creativa. La paradoja será que escriba una
novela para ser firmada por otro autor de nombre. Un libro muy bien pagado. Sus
albergues pasarán por todos los grados: desde la propia calle hasta una casa
acomodada en Guernica, pasando por dormitorios colectivos, un zaquizamí,
pensiones de mala muerte, guardillas [sic], hoteles aceptables, según sople el
viento oscilante del trabajo y el dinero…. Del mismo modo, los contactos y los
encuentros a veces meramente fortuitos, irán apareciendo en tertulias, diarios,
revistas, etc. Francisco Villaespesa, Rubén Darío, Alejandro Sawa, Valle-Inclán,
los Machado, Benavente, Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez en Madrid, y en
un viaje a París, con Zuloaga, Albéniz y Rilke, al que más tarde volverá a
encontrar en las calles de Toledo… y otros escritores, periodistas, poetas, editores,
críticos menos recordados hoy: Emilio Carrere. Pedro de Répide, Luis Bonafoux,
el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (pareja de Mata Hari), Eduardo Zamacois,
Antonio de Hoyos, Dorio de Gádex, Luis Antón de Olmet, Pedro Luis de Gávez,
Alfonso Vidal y Planas, los jóvenes que compondrán la “generación del 27”. Y
naturalmente, Rafael Cansinos. Todas las sombras y las luces de bohemia donde
pululan los fracasados, los sablistas, los trepadores de aquella España entre
siglos con tantas carencias sociales. Este caleidoscopio literario aparece en
el marco político bien marcado (proclamación de Alfonso XIII, asesinato de
Canalejas, guerra del Rif, dictadura de Primo de Rivera, llegada de la
república…). Pero también es un recorrido por el Madrid del momento: sus
verbenas, su baile de carnaval, sus cafés (el Fornos, el Colonial, el Español, el
Lyon, el de Pombo…), la demoledora descripción del manicomio de Leganés o el
hospital de San Juan de Dios.
Por lo
escrito hasta ahora, el lector de estas líneas podría suponer que estamos ante
una novela coral. Pero no es así pues Alfonso Linares vuelca todo su caudal
narrativo y afectivo en el personaje principal: Manuela, la adolescente que él
descubre en una atracción de feria madrileña y de la cual queda prendado. Según
van pasando las páginas, Manuela es retratada como una muchacha vendida a un
feriante pederasta. A medida que la muchacha crece, su destino sigue encadenado
a la única vía posible: la prostitución. La búsqueda de Alfonso no se detiene
en burdeles y de modo intermitente se va tejiendo una relación correspondida
por ella hasta que el destino los vuelve a encontrar siendo ella la entretenida
de un hombre rico y casado. La imposibilidad de consagrar esa relación entre
los dos para siempre quedará sellada por la enfermedad del siglo: la hemoptisis.
Una historia de amor muy “fin de siglo”.
Antonio
Moscoso, el supuesto editor del libro, agrega en apéndice los últimos
descubrimientos acerca de Alfonso Linares y de Manuela, esta última por la
búsqueda del retrato que de ella pintó Julio Romero de Torres.
Conociendo
el amor de Villena por la literatura, tengo la certeza de que disfrutó mucho
escribiendo este libro que, también a mí, me ha entusiasmado leer.
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