El título del libro, Reyes
que amaron como reinas (2020), me desanimó a comprarlo, aunque el autor,
Fernando Bruquetas de Castro, catedrático de Historia Moderna en la Universidad
de Gran Canaria, ofrecía algo de seriedad académica. Al encontrar el libro en
una librería de segunda mano, leí el prólogo y comprobé que no buscaba el morbo
de este tipo de asuntos sino ofrecer una galería de personajes cuya homosexualidad,
o bisexualidad, fue más o menos evidente, conocida o fundada. Así que lo compré
y lo he leído.
Ya es un riesgo adentrarse por un territorio tan íntimo y,
escabroso como es el sexo de personajes históricos. Más aún cuando se trata del
sexo entre varones. Y todavía más, si cabe, si se carece de fuentes fiables.
Las crónicas, los diarios, las cartas de ellos mismos o de embajadores, los
periódicos (cuando han existido), las sátiras y coplas populares, etc. no garantizan
la veracidad absoluta pues esos documentos están sometidos a muchos intereses y
a valoraciones o interpretaciones subjetivas. Las relaciones de poderosos con
otras mujeres distintas a la esposa han sido aireadas como dato ostentoso de
virilidad indiscutible del monarca (la cantidad de reyes con hijos bastardos es
inacabable). En cambio, las relaciones íntimas de dos varones, sean monarcas,
presidentes de república, aristócratas o cargadores de muelle, han resultado
inconfesables, vergonzosas, especialmente por el peso social de las tres
religiones: judía, cristiana, musulmana. Aunque, a decir verdad, ninguna de las
tres haya conseguido erradicar las relaciones íntimas entre hombres
aristócratas, militares, palafreneros, artistas, camareros, obispos, pajes o
pescadores. Todo ello bajo la sombra asfixiante de la Inquisición. Y como ya no
existe el Santo Tribunal, el autor podría haberse arriesgado a dedicar algo de
atención a algún papa, algún cardenal en proceso de beatificación o a algún santo
en los altares.
La amistad entre dos varones por muy íntima y exclusiva que
sea, tampoco prueba nada, ni siquiera compartiendo el mismo lecho, cosa que fue
muy frecuente entre soldados, militares y hombres de todos los tiempos. Además,
el hecho de haber tenido experiencias con otros varones en la juventud no
coloca a ningún personaje en el lado exclusivo de la homosexualidad. Todo lo
más, en la bisexualidad, especialmente cuando los reyes se han visto obligados
al matrimonio y a la procreación para dar continuidad a una dinastía.
El libro abarca a cuarenta figuras de la mitología y de la
Historia: emperadores romanos, reyes de Gran Bretaña, de Francia, Inglaterra,
Rusia, Alemania, España, etc. Es decir, desde Julio César hasta el duque de
Windsor, no sin olvidar a Aquiles y Alejandro Magno. La inclusión de Antonio
Pérez, el que fue poderoso secretario de Felipe II, abre la puerta a otras
figuras de la alta pirámide social: príncipes, infantes, duques, condes… Puestos
a recabar fuentes y monarcas ausentes del libro, podrían ser incluidos califas
y reyes de taifas españolas: Al-Mutamid de Sevilla o Yussuf III de Granada,
quienes con toda probabilidad fueron más allá de la ambigüedad del amor udrí de
sus poemas y declaraciones a los efebos, especialmente cristianos. Y si se
incluyen personajes que fueron poderosos en su momento, aunque no reyes, no sobrarían
algunos, como el príncipe ruso Félix Yussupov, amante ocasional y posteriormente
asesino del siniestro Rasputín, ciertos presidentes de repúblicas, como Abraham
Lincoln o Manuel Azaña, por citar dos cuyo homoerotismo fue bastante comentado
en su tiempo, líderes políticos del nivel de Yasser Arafat o algún célebre
cardenal ya fallecido. No en vano, la púrpura les convierte en príncipes de la
Iglesia. Prácticamente, todos los personajes están muertos, con lo cual
Bruquetas de Castro se evita pleitos por adentrarse en la alcoba de algún
príncipe europeo reinante o de un sultán árabe actual.
Bruquetas de Castro echa mano de abundante bibliografía sobre
el tema, algunos libros más citados que otros, aunque se echen en falta datos
que son conocidos en torno a la vida del Conde de Villamediana, no acuda a
excelentes monografías de algunos personajes, como es el caso de Luis II de
Baviera, olvide que Catalina de Rusia le robó un amante a su propio hijo o se abstenga de hemerotecas donde se cuentan
las idas y venidas del ex rey Humberto de Italia con mocetones y marineros de
las costas portuguesas.
El título del libro sugiere que estos personajes adoptaron un
rol pasivo en sus relaciones (“reyes que amaron como reinas”), lo cual puede
ser inexacto, ya que la virilidad activa de muchos de ellos (desde Alejandro
Magno, pasando por Ricardo Corazón de León o de otros reyes y zares que
tuvieron abundante descendencia en sus matrimonios), pone en duda la sumisión
en sus relaciones.
Un libro entretenido para leer en el metro. Así nos
enteramos del lío juvenil que tuvo Pablo I de Grecia, padre de doña Sofía,
según la lengua viperina de Truman Capote.
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