Hoy, domingo, me vienen a la memoria visual tantos templos cuyo presbiterio (con una estética más o menos lograda) han sido invadidos por un frenesí parroquial de carteles, convirtiéndolos casi en tablones de anuncios. La pena es que en esos carteles se anuncian obviedades: "Dios te ama", "Cristo ha resucitado", "Ama a tu prójimo" y cosas parecidas. A esto yo le llamo "Estética de la trivialidad". La mayoría de las veces, esa disposición obedece a párrocos y colaboradores (clérigos y seglares) de inane sentido artístico y desfasado sentido de la realidad actual. Parecen vivir aún en la época del movimiento hippie cuando se prodigaban eslóganes del tipo "Haz el amor y no la guerra". A ellos ha contribuido no poco el naufragio litúrgico producido tras el Concilio Vaticano II, donde toda improvisación encuentra asilo, pero no por culpa del universal sínodo, sino por la falta de formación artística general y especialmente entre el clero en particular. Con toda su buena fe, bastantes párrocos destrozan la visualidad y seriedad del presbiterio creyendo que esos carteles resultan muy pastorales. Su celo religioso les lleva a romper el mensaje que existe en cada obra artística. Y muchos presbiterios, por sí mismos, sin más aditamento, son "mensaje", como lo fueron en el románico, el gótico y todas las demás corrientes artísticas posteriores. ¿Se imagina alguien una pancarta blanca cubriendo el retablo de la catedral de León o del Real Monasterio del Escorial donde se proclame "Dios ha nacido. Es Navidad"?. Es cierto que algunas iglesias carecen del menor sentido estético y me pregunto qué ideas llevaron a los arquitectos y párrocos a diseñarlas como tales. Pero otras son bellísimas, sencillas, elegantes, con un sentido teológico comprensible. No obstante, han sido "maltratadas" (escribo conscientemente la palabra) por atentados al buen gusto perpetrados por sus responsables. He elegido una foto hallada al azar que, precisamente, no es de las peores. No digo dónde se encuentra, pero podría ofrecer a mis pacientes lectores alguna fotografía, mucho peor aún, que les resultara familiar.
No quiero hacer charcutería fácil con esos presbiterios que semejan la huerta murciana: flores y plantas por todas partes, vengan o no a cuento. Y no digamos cuando se trata de flores artificiales compradas en cualquier mercadillo y expuestas en jarrones de abominable gusto. En ciertos pueblos pequeños, sin apenas población y medios económicos de sus parroquias, el asunto tiene explicación y hasta indulgencia plenaria. Bastante es que todavía puedan celebrar, a veces esporádicamente, la liturgia. Pero me resulta incomprensible en parroquias de grandes capitales, en barrios de clase media y alta, con el silencio comprensivo de feligreses preparados. En un templo madrileño pude adivinar una bellísima talla de la Virgen, posiblemente del siglo XVII, asfixiada en una enredadera de plástico.
Para ilustrar la elegancia de la sencillez he elegido una fotografía de la Parroquia Beata María Ana Mogas, en la calle madrileña Bella Altisidora. Con ese nombre tan cervantino, tan hermoso, con su párroco Don Jorge González Guadalix, con sus feligreses (muchos de ellos aún matrimonios jóvenes), resulta difícil imaginar atentados artísticos.
http://www.archimadrid.es/beatamogas/
Para ilustrar la elegancia de la sencillez he elegido una fotografía de la Parroquia Beata María Ana Mogas, en la calle madrileña Bella Altisidora. Con ese nombre tan cervantino, tan hermoso, con su párroco Don Jorge González Guadalix, con sus feligreses (muchos de ellos aún matrimonios jóvenes), resulta difícil imaginar atentados artísticos.
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