SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

domingo, 19 de junio de 2016

ALMADINA (I)

LA NUNCIA

                                                                    Para Maria Ana Sarrión



Cuando Anunciación Hornillos Chaparro quedó encinta, todo el pueblo se asombró. No por el embarazo, pues la mayoría de las muchachas de Almadina llegaban preñadas al altar. Pero el caso de la Nuncia, como la llamaban todos, era diferente. Contaba dieciséis años, vivía recogida, como huérfana, en casa de su hermana y su cuñado, y no se le conocían ni novio ni pretendientes, ni siquiera rondadores. La segunda sorpresa llegó cuando la joven fue puesta de patitas en la calle por los suyos. A la Nuncia no le quedó otro remedio que tomar en alquiler una morada diminuta en el Callejón del Suspiro, dentro de un patio de vecindad. Y el run rún corrió por la fuente de la plaza, los veladores del bar, y hasta en la salida de Misa las beatas susurraban que había gato encerrado. La Nuncia encontró trabajo en el molino del pan y de limpieza por horas en casa de la boticaria, una mujer pechugona que no iba a Misa y le importaban un pimiento los comentarios del lavadero público del río, de la tienda de ultramarinos y de la sacristía. Decían de ella que era atea y roja. Y que se había establecido en Almadina huyendo de represalias políticas. Al cabo de unos meses, la Nuncia dio a luz, con ayuda de la comadrona, un niño cuyas facciones las comadres pronto atribuyeron al cuñado de la joven madre.


   Poco más de un año después, la Nuncia volvió a quedar embarazada aunque nadie le conocía ni amante diurno ni visitas nocturnas. Otro varón. Nuevos rumores volaron como los papeles callejeros con el cierzo. Ella trabajaba con denuedo en el molino del pan, limpiando a domicilio en casas y escuelas, porque era digno de ver cómo llevaba de limpias a sus dos criaturas. El tercer embarazo de la Nuncia ya no fue noticia más que el hecho de que, esta vez, le nació una niña rubia y de mofletes pecosos como ella misma. Y así, hasta siete embarazos, casi uno por año. Que la Nuncia estuviera preñada dejó de llamar la atención. El deporte del chismorreo pasó a ser de adivinanza por encontrar parecidos a sus hijos según iban creciendo. Todo el mundo estaba de acuerdo con que Andrés, el mayor, era una réplica de su tío Fortunato. Hasta se apoyaba en las esquinas con su misma postura. El segundo, Federico, jugaba a las cartas repartiéndolas con los dos meñiques de sus manos estirados, como don Crescencio, el médico, aparte de tener el pelo jaro del galeno. La niña se libró de semejanzas porque era clavadita a su madre. Pero a Julián, el cuarto, le encontraban las maneras de andar del boticario, parsimonioso y cimbreante. Con el quinto, Gabino, no resultaba sencillo parecido físico alguno. Pero cuando el muchacho dijo de irse al seminario, las piadosas mujeres del templo se santiguaban pidiendo a Dios que dicha vocación se debiera solamente a ser monaguillo.

   Las vecinas de la Nuncia le decían, a veces: “Pero Nuncia, mujer, repórtate un poco, que con treinta y pico de años sigues soltera pero ya tienes siete.” Y ella respondía sacudiendo su melena dorada: “La que es de tener hijos, con hombre y sin hombre”.

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