SAMARKANDA

SAMARKANDA
Bienvenido al karavansar. No por casualidad he llamado así a mi blog, puesto que en alguna lengua de Oriente se llama de este modo a la posada, la pensión, la fonda, donde descansar antes de seguir el camino. Decir que la vida es un tránsito no es descubrir América (que también se hizo en un tránsito, pero por mar), pues ya muchos autores lo expresaron. Pero sí quiero señalar la provisionalidad, el azar, la hospitalidad, el descanso, la cercanía que produce "pasar" por un sitio desconocido a algo más seguro, que es el fin del viaje. Desde Jorge Manrique hasta Antonio Machado se ha plasmado la imagen del hombre como viajero. Y este blog pretende que nos encontremos, "ligeros de equipaje", en esta parada y fonda virtual, que no virtuosa. Hasta pronto.

sábado, 18 de abril de 2009

MI GENTE (IV): ROSARIO

Dicen los pintores que el blanco es el color más difícil de pintar. Rosario es blanca. Por eso es tan difícil de retratar. Muy blanca, muy delgada, muy rubia, muy poquita cosa. Casi pasa desapercibida en el metro, como pasa desapercibida una taza antigua de té de China en un abarrotado anticuario del Rastro madrileño. A la taza la miras al trasluz y ves sombras de algo que contiene. A Rosario la miras al trasluz y también ves sombras de algo que fue, sin que nunca llegara a ser del todo. La blancura de Rosario es como la del nácar, que tiene escamas. Según del lado que las mires, así las escamas reflejan unas cosas u otras. A lo mejor son rostros desdibujados. Rosario es delgada como un hilo, no sé si blanco o negro, porque, al atardecer no se distingue bien el color. Y cuando eso sucede en los atardeceres del Ramadan, es cuando los musulmanes pueden comenzar a comer, a beber, a fumar, incluso a fornicar. El grano de maíz es rubio, doradito, menudo. Y lleva dentro unas energías y nutrientes incontables, ya sea en forma de aceite o tostado como “palomita”. O sea, que el maíz es versátil. Como Rosario, que a veces se pone ensoñadora mirando a un mar, o concentrada en cálculos y contratos, o mirando fijamente un escenario para psicoanalizar después a la obra, al autor, a los actores, a los escenógrafos y hasta a la madre que parió al acomodador. Porque ella vive por y para el teatro, donde una vez intentaron envolverla en tarlatana morada y ella la convirtió en albo encaje de Bruselas. Mucho cuidado si entorna los ojos detrás de sus gafas. Entonces es blanca y opaca, como vaho sobre cristal de un balcón en noche nevada. Ese granito de maíz de Rosario encierra dentro propiedades que sólo se ven al microscopio. O al sonido del blanco teclado de un piano que ella escucha solitaria en un patio de butacas vacío. Y ahí se queda, traspuesta y ensimismada. Como la guitarrita nacarada que se exhibe dentro de una vitrina del Palacio Real de Madrid, tal vez juguete de alguna princesa, rodeada de solemnes “Stradivarius”, también en vitrinas. La blancura de Rosario es traslúcida como una medusa inocua que roza la piel cuando besa y va y viene llevada por las olas, de cala en cala, hasta que encuentre un día la playa definitiva.

1 comentario:

  1. Querido Josemaría: A mi regreso de Polonia me encuentro con la grata sorpresa de que por fin te has incorporarte a la numerosa y loca nómina de amigos blogueros. Creo que es un medio en el que te encontrarás como pez en el agua. Seguro que tendrás múltiples seguidores fieles, como yo.
    Me ha encantado el retrato que haces de Rosario. Muy poético.
    Espero verte muy pronto.
    Abrazos.
    Un editor en vilo

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